viernes, 21 de agosto de 2020

Sobre Trotsky. El rescate de la memoria


Hermosillo Sonora a 21 de Agosto de 2020. 

Mi Vida

Cuando este libro salga a luz, habré cumplido cincuenta años. Mi cumpleaños cae en el día de la Revolución de Octubre. Un pitagórico o un místico argüirían de aquí grandes conclusiones. La verdad es que yo no he venido a parar mientes en esta curiosa coincidencia hasta que ya habían pasado tres años de las jornadas de Octubre. Hasta la edad de nueve años, viví sin interrupción en una aldea apartada del mundo. Pasé ocho estudiando en el Instituto. Al año de salir de sus aulas, fui detenido por vez primera. Mis Universidades fueron, como las de tantos otros en aquella época, la cárcel, el destierro y la emigración. Dos veces estuve preso en las cárceles zaristas, por espacio de cuatro años en total; las deportaciones del antiguo régimen me alcanzaron otras tantas veces, la primera dos años poco más o menos, la segunda unas semanas. Las dos veces pude huir de Siberia.

He vivido emigrado, en junto, unos doce años, en varios países de Europa y América: dos años antes de estallar la revolución de 1905 y hacia diez después de su represión. Durante la guerra, fui condenado a prisión en rebeldía en la Alemania de los Hohenzollers (1905); al siguiente año, expulsado de Francia a España, donde, tras breve detención en la cárcel de Madrid y un mes de estancia en Cádiz bajo la vigilancia de la policía, me expulsaron de nuevo rumbo a Norteamérica. Allí, me sorprendieron las primeras noticias de la revolución rusa de Febrero.

De vuelta a Rusia, en marzo de 1917, fui detenido por los ingleses e internado durante un mes en un campo de concentración del Canadá. Tomé parte activa en las revoluciones de 1905 y 1917, y ambos años fui Presidente del Soviet de Petrogrado. Intervine muy de cerca en el alzamiento de Octubre y pertenecí al Gobierno de los Soviets. En funciones de Comisario del pueblo para las relaciones exteriores, dirigí en Brest-Litovsk las negociaciones de paz entabladas con Alemania, Austria-Hungría, Turquía y Bulgaria. Ocupé el Comisariado de Guerra y Marina, y desde él dediqué cinco años a la organización del Ejército rojo y la reconstrucción de la flota. En el año 1920, me encargué, además, de dirigir los trabajos de reorganización de los ferrocarriles, que estaban en el mayor abandono.

Dejando a un lado los años de la guerra civil, la parte principal de mi vida la llena mi actividad de escritor y militante dentro del partido. Las "Ediciones del Estado" emprendieron en 1923 la publicación de mis obras completas. De entonces acá, han visto la luz, sin contar los cinco tomos en que se coleccionan mis trabajos sobre temas militares, trece volúmenes. La publicación fue suspendida en el 1927, cuando empezó a agudizarse la campaña de persecución contra el "trotskismo".

En enero de 1928 me envió al destierro el actual Gobierno ruso, y hube de pasar un año junto a la frontera china. En febrero de 1929 fui expulsado a Turquía, y escribo estas líneas en Constantinopla.

No puede decirse que mi vida, aun presentada en tan rápida síntesis, tenga nada de monótona. Más bien cabría afirmar, por el número de virajes bruscos, súbitos cambios y agudos conflictos, por los vaivenes que en ella tanto abundan, que es una vida pletórica de "aventuras". Y, sin embargo, permítaseme afirmar que nada hay que tanto repugne a mis naturales inclinaciones como una vida aventurera.

Mi amor al orden y mis hábitos conservadores puede decirse que rayan en lo pedantesco. Amo y sé apreciar el método y la disciplina. No con ánimo de paradoja, sino porque es verdad, diré que me indignan la destrucción y el desorden. Fui siempre un discípulo aplicado y puntual, dos condiciones que he conservado a lo largo de toda la vida. Durante los años de la guerra civil, cuando en mi tren cubría distancias varias veces iguales al Ecuador, me recreaba ver, de trecho en trecho, una empalizada nueva de tablas de pino. Lenin, que me conocía esta pequeña Debilidad, solía burlarse cariñosamente de mí a causa de ella.

Para mí, los mejores y más caros productos de la civilización han sido siempre -y lo siguen siendo- un libro bien escrito, en cuyas páginas haya algún pensamiento nuevo, y una pluma bien tajada con la que poder comunicar a los demás los míos propios. Jamás me ha abandonado el deseo de aprender, ¡y cuántas veces, en me-dio de los ajetreos de mi vida, no me ha atosigado la sensación de que la labor revolucionaria me impedía estudiar metódicamente! Sin embargo, casi un tercio de siglo de esta vida se ha consagrado por entero a la revolución. Y si empezara a vivir de nuevo, seguiría sin vacilar el mismo camino.

Véome obligado a escribir estas líneas en la emigración, la tercera de la serie, mientras mis mejo-res amigos, que lucharon con denuedo decisivo por ver implantada la República de los Soviets, pueblan sus cárceles y sus estepas, presos unos y otros deportados. Algunos hay que vacilan, que retroceden y se rinden al adversario. Unos, porque están moralmente agotados; otros, porque, confiados a sus solas fuerzas, son incapaces para encontrar una salida a este laberinto en que los colocaron las circunstancias; otros, en fin, por miedo a las sanciones materiales.

Es la tercera vez que presencio una deserción en, masa de las banderas revolucionarias. La primera fue tras el reprimido movimiento de 1905; la segunda, al estallar la guerra. Conozco harto bien, por experiencia, lo que son estas mareas y reflujos. Y sé que están regidos por leyes. No vale impacientarse, pues no han de cambiar de rumbo a fuerza de impaciencia. Y yo no soy de esos que acostumbran a enfocar las perspectivas históricas con el ángulo visual de sus personales intereses y vicisitudes. El deber primordial de un revolucionario es conocer las leyes que rigen los sucesos de la vida y saber encontrar, en el curso que estas leyes trazan, su lugar adecuado. Es, a la vez, la más alta satisfacción personal que puede apetecer quien no une la misión de su vida al día que pasa.

León Trotsky

Mi Vida. Prinkipo, 14 de septiembre de 1929.

 


Trotsky se convierte en revolucionario

Trotsky “tomó prestado” su nombre de uno de sus carceleros cuando escapó por primera vez de Siberia. En realidad, nació Lev Davidovich Bronstein en 1879 en un pequeño pueblo ucraniano. Sus padres vivían relativamente bien como campesinos judíos.

La Rusia en la que nació Trotsky era una sociedad represiva dominada por el zar y la Iglesia ortodoxa. La servidumbre había sido abolida menos de 20 años atrás. La mayor parte de Rusia era rural y se basaba en la agricultura campesina, aunque en las ciudades había una pequeña industria en crecimiento.

El zar presidía un país con el nivel más alto de antisemitismo del mundo antes del surgimiento de Adolf Hitler y los nazis en Alemania. El antisemitismo fue realmente alentado por el Estado, que orquestó la violencia de masas — pogroms— contra los judíos. A los judíos se les prohibió establecerse o poseer tierras en muchas partes de Rusia, razón por la cual la familia de Trotsky terminó en Ucrania.

La resistencia contra el zar en este momento tomó, principalmente, la forma de un movimiento llamado narodniks, o “Amigos del pueblo”. Éstos consideraron las tradiciones de la aldea campesina como una forma de evitar los horrores del capitalismo que vieron en Europa occidental. Pero los intentos de vivir entre los campesinos e incitarlos a la rebelión habían fracasado, y los narodniks habían recurrido a métodos de resistencia cada vez más conspiradores y violentos. En 1881 lograron asesinar al zar. Esperaban que esto provocaría una ola de resistencia entre los campesinos, pero sólo condujo a una mayor represión del Estado.

A pesar de esta represión, a mediados de la década de 1890 se produjo una ola creciente de resistencia y desafío. En 1896, cientos de estudiantes se negaron a jurar lealtad al nuevo zar y 30.000 trabajadores se declararon en huelga en la capital, San Petersburgo. Ésta fue la primera lucha, a este nivel, en Rusia y anunciaba el nacimiento de una nueva fuerza en Rusia: la clase obrera urbana.

Ese mismo año, Trotsky, con 17 años, ahora estudiante, se unió a un círculo de revolucionarios en torno a la choza de un jardinero llamado Franz Shvigovsky. El padre de Trotsky estaba extremadamente preocupado, ya que esto no era lo que tenía en mente para su hijo. Trotsky, un joven activista testarudo, decidió dejar de aceptar dinero de su familia y se mudó a la “choza revolucionaria” de Shvigovsky.

Como la mayoría de los trabajadores y estudiantes con los que entró en contacto, Trotsky al principio se llamó a sí mismo narodnik. La gente admiraba la valentía y el compromiso de los narodniks. Entre el círculo de personas que se conocieron en esta cabaña, Trotsky conoció a su primera esposa, Alexandra Sokolovskaya, que ya se hacía llamar marxista. Pocos meses después, Trotsky se llamaba también marxista. Marx había argumentado que el crecimiento del capitalismo creó una clase trabajadora que tenía la fuerza para derrocar el sistema y un interés colectivo en una verdadera revolución, una nueva forma de sociedad; les llamó los sepultureros del capitalismo. También argumentó que la liberación no podía suceder en nombre de los explotados, que la “emancipación de la clase trabajadora es un acto de la clase trabajadora”, un principio que permaneció con Trotsky durante toda su vida.

El grupo de Trotsky comenzó a hacer agitación entre los trabajadores, distribuyendo literatura revolucionaria y reclutando a trabajadores para unirse a sus discusiones. Sorprendidos por su propio éxito, pronto fueron más de 200 miembros.

La policía estaba casi igual de sorprendida por el repentino desarrollo de este pequeño grupo. Arrestaron a Trotsky junto con los demás en 1898. Trotsky fue encarcelado durante dos años, y aprovechó el tiempo para leer y escribir más ampliamente. Aquí es donde leyó por primera vez algunos de los escritos de Lenin y donde escribió lo que consideró su primera obra marxista: una historia de la masonería. También agitó entre sus compañeros prisioneros, incluyendo, la organización de una protesta que le llevó a una celda de aislamiento.

Trotsky se casó con Alexandra mientras estaba en prisión y fueron exiliados a Siberia, donde comenzó a escribir artículos periodísticos y a dar charlas sobre asuntos de actualidad y literatura. En ese momento era, por encima de todo, un revolucionario comprometido y un marxista convencido, y se estaba frustrando seriamente por estar en el exilio.

Esme Choonara

León Trotsky Guía Anticapitalista. 2020

 


La revolución permanente y la revolución de octubre

Toda teoría, al menos toda teoría que tenga alguna pretensión científica, tiene su última prueba en la práctica. Pero esta prueba práctica decisiva puede estar alejada un largo tiempo, incluso tan alejada que ocurra mucho tiempo después de la muerte del teórico, sus seguidores y sus oponentes. Al contrario de las ciencias físicas –en donde siempre es posible, en principio, realizar pruebas experimentales (aunque los medios técnicos para realizarlas puedan no estar disponibles inmediatamente)– el marxismo en cuanto ciencia del desarrollo de la sociedad (y, en realidad, sus competidores burgueses, como las pseudociencias económicas, sociológicas y demás) no puede ser evaluado de acuerdo a alguna escala arbitraria de tiempo, sino solo en el curso del desarrollo histórico e, incluso en este marco, solo provisoriamente.

La razón es bastante simple, aunque las consecuencias sean inmensamente complicadas. “Los hombres hacen su propia historia –dice Marx– pero no la hacen bajo condiciones escogidas por ellos”. Los actos “voluntarios” de millones y decenas de millones de personas que están ellas mismas condicionadas históricamente, luchando contra las limitaciones impuestas por todo el curso anterior del desarrollo histórico (el cual ellas, normalmente, ignoran), produce efectos más complejos de lo que el teórico más previsor puede anticipar. El grado en que on s’engage, et puis... on voit (avanzamos y después... vemos), que era la descripción aforística de Napoleón de su ciencia militar, siempre debe ser considerado por los revolucionarios ocupados en el intento consciente de modificar el curso de los eventos.

Los revolucionarios rusos de inicios del siglo XX fueron más afortunados que la mayoría. Para ellos la prueba decisiva llegó bastante de prisa. El año 1917 mostró a los mencheviques, opuestos en principio a participar en un gobierno no obrero, entrando en un gobierno formado por enemigos del socialismo, que continuó la guerra imperialista y trató de contener la marea revolucionaria. Se verificó en la práctica la previsión de Lenin hecha en 1905, de que ellos eran la “gironda” de la revolución rusa.

Mostró a los bolcheviques –defensores de una dictadura democrática y un gobierno revolucionario provisional de coalición– después de un período inicial de “apoyo crítico” a lo que Lenin en su retorno a Rusia llamó un “gobierno de capitalistas”, virar decisivamente hacia la toma del poder por parte de la clase trabajadora, bajo el impacto de las Tesis de Abril de Lenin, y la presión de los obreros revolucionarios que integraban sus filas.

Mostró a Trotsky brillantemente reivindicado cuando Lenin, en hechos, aunque no en palabras, adoptó la perspectiva de la revolución permanente y abandonó, sin ceremonia, la dictadura democrática.

Y también mostró a Trotsky, quien en la práctica se hallaba aislado e impotente para influir en el curso de los acontecimientos de la gran crisis revolucionaria de 1917, conduciendo en el mes de julio a su pequeño grupo de seguidores, hacia el partido de masas de los bolcheviques. Fue también el brillante reconocimiento de la larga y dura lucha de Lenin (que Trotsky había denunciado por más de una década como “sectario”) en favor de un partido obrero, libre de la influencia ideológica de “marxistas” pequeño-burgueses (en tanto tal independencia fue alcanzada con medidas organizativas).

Trotsky probó estar en lo correcto en la cuestión estratégica central de la Revolución rusa. Pero como Tony Cliff afirma, con razón, era un “general brillante sin ejército”. Trotsky nunca más olvidó este hecho. Más tarde llegó a afirmar que su ruptura con Lenin durante el período 1903-1904, sobre la cuestión de la necesidad de un partido obrero disciplinado, había sido “el mayor error de mi vida”.

La Revolución de Octubre llevó a la clase trabajadora rusa al poder. Lo hizo en el contexto de la marea ascendente de revueltas revolucionarias contra los antiguos regímenes de Europa central y, en menor grado, occidental.

La perspectiva de Trotsky, y la de Lenin luego de Abril de 1917, dependía crucialmente del éxito de la revolución proletaria en por lo menos “uno o dos” países avanzados (como Lenin, siempre cauteloso, decía).

En los hechos, el poder de los partidos socialdemócratas establecidos (los cuales mostraron, en la práctica, haberse vuelto sumamente conservadores y nacionalistas a partir de Agosto de 1914) y las vacilaciones y evasivas de los líderes de los grupos “centristas” entre las masas, provenientes de “rupturas” de la socialdemocracia ocurridas entre 1916 y 1921, contribuyeron a abortar los movimientos revolucionarios en Alemania, Austria, Hungría, Italia y en otros países antes de que los trabajadores pudiesen conquistar el poder, o donde este fue conquistado temporalmente, antes de que pudiera ser consolidado.

Duncan Hallas

León Trotsky socialista revolucionario. 2004

 


La oratoria del Líder

El Soviet de Petrogrado estaba reunido noche y día. Al entrar yo en el gran salón, Trotzki terminaba su discurso:

"Se nos pregunta -decía- si tenemos la intención de lanzarnos a la calle. Puedo dar una respuesta clara a esta pregunta. El Soviet de Petrogrado entiende que ha llegado, por fin, el momento de que el poder pase a manos de los Soviets. Esta transferencia del poder la llevará a cabo el Congreso de los Soviets de toda Rusia. ¿Será necesaria una acción armada? Eso dependerá de los que quieran oponerse al Congreso...

"Tenemos la convicción de que el actual gobierno es un gobierno impotente, lamentable, que sólo espera el escobazo de la historia para dejar su puesto a un gobierno verdaderamente popular. Nosotros continuamos esforzándonos por evitar el conflicto. Esperamos que el Congreso podrá hacerse cargo de un poder y de una autoridad que descansan en la libertad organizada del pueblo. Sin embargo, si el gobierno trata de aprovechar el poco tiempo que le queda de vida -veinticuatro, cuarenta y ocho o setenta y dos horas- para atacarnos, nuestro contrataque no se hará esperar, golpe por golpe, acero contra hierro."

John Reed

Los diez días que estremecieron al mundo. 1919

 


El poder y el sueño 

Los bolcheviques hicieron su Revolución de Octubre de 1917 con la convicción de que lo que ellos habían iniciado era "el salto de la humanidad del reino de la necesidad al reino de la libertad". Vieron al orden burgués disolviéndose y a la sociedad clasista derrumbándose en todo el mundo, no sólo en Rusia. Creyeron que en todas partes los pueblos se rebelaban por fin contra su condición de juguetes de fuerzas productivas socialmente desorganizadas y contra la anarquía de su propia existencia. Se imaginaron que el mundo estaba plenamente dispuesto a liberarse de la necesidad de esclavizarse para subsistir, y dispuesto también a poner fin a la dominación del hombre por el hombre. Saludaron la alborada de la nueva era en que el ser humano, liberadas todas sus energías y capacidades, lograría su cabal realización. Se enorgullecieron de haber inaugurado para la humanidad "el tránsito de la prehistoria a la historia". Esta brillante visión no sólo inspiró las mentes y los corazones de los dirigentes, ideólogos y soñadores del bolchevismo, sino que alimentó asimismo la esperanza y el ardor de la masa de sus seguidores. Estos combatieron en la guerra civil sin piedad para sus enemigos ni para sí mismos porque creían que, al hacerlo así, aseguraban para Rusia y para el mundo la oportunidad de efectuar el gran salto de la necesidad a la libertad.

Cuando por fin alcanzaron la victoria, descubrieron que la Rusia revolucionaría se había excedido y se hallaba en el fondo de un pozo horrible. Ninguna otra nación había seguido su ejemplo revolucionario. Rodeada por un mundo hostil, o en el mejor de los casos indiferente, Rusia se hallaba sola, desangrada, hambrienta, aterida, consumida por las enfermedades y abrumada por el abatimiento. Entre el hedor de la sangre y la muerte, su pueblo luchaba ferozmente por un poco de aire, por un débil destello de luz, por un trozo de pan. "¿Es este", se preguntaba, "el reino de la libertad? ¿Es aquí a donde nos ha llevado el gran salto?"

¿Qué respuesta podían dar los dirigentes? Replicaron que las grandes y celebradas revoluciones del pasado habían sufrido reveses similarmente crudos, pero ello no obstante habíanse justificado a sí mismas y a su obra ante la posteridad, y que la Revolución Rusa también emergería triunfante. Nadie argumento en este sentido con mayor fuerza de convicción que el protagonista de este libro. Ante las multitudes hambrientas de Petrogrado y Moscú, Trotsky evocó las privaciones y las calamidades que la Francia revolucionaría soportó muchos años después de la destrucción de la Bastilla, y les contó como el Primer Cónsul de la República visitaba personalmente todas las mañanas el mercado de París, observaba ansiosamente las pocas carretas campesinas que traían alimentos del campo, y regresaba todas las mañanas sabiendo que el pueblo de París seguiría sufriendo hambre. [Trotsky, Obras (ed. rusa), vol. VII, pp. 318-329.] La analogía era absolutamente real, pero los parangones históricos consoladores, por verdaderos y pertinentes que fueran, no podían llenar el estómago hambriento de Rusia.

            Nadie era capaz de "precisar hasta dónde se había hundido la nación. Allá abajo, manos y pies buscaban a tientas asideros sólidos, algo en que apoyarse y algo de que agarrarse para volver a subir. Una vez que la Rusia revolucionaría hubiese logrado ascender, reanudaría seguramente el salto de la necesidad a la libertad. Pero, ¿cómo se lograría el ascenso? ¿Cómo calmar el pandemónium que imperaba en el fondo del pozo? ¿Cómo disciplinar y dirigir en el ascenso a las multitudes desesperadas? ¿Cómo podía la república soviética superar su miseria y su caos aterradores para proceder entonces a cumplir la promesa del socialismo?

En un principio los dirigentes bolcheviques no trataron de aminorar o disfrazar la situación ni de engañar a sus seguidores. Intentaron fortalecer su valor y su esperanza con palabras de verdad. Pero la verdad desnuda era demasiado dura para mitigar la miseria y atenuar la desesperación. Y así empezó a cederle lugar a la mentira consoladora que en un principio sólo trataba de ocultar el abismo que existía entre el sueño y la realidad, pero que pronto insistió en que el reino de la libertad ya había sido alcanzado... y se encontraba en el fondo del pozo. "Si el pueblo se niega a creer, hay que hacerlo creer por la fuerza." La mentira creció gradualmente hasta que se hizo refinada, compleja y vasta, tan vasta como el abismo que se proponía ocultar. Encontró sus portavoces y partidarios decididos entre los dirigentes bolcheviques que pensaban que sin la mentira y la fuerza que la apoyaba, la nación no podría ser sacada del atascadero. La mentira así concebida, sin embargo, no soportaba la confrontación con el mensaje original de la revolución. Y, por otra parte, a medida que la mentira crecía, sus exponentes no podían permanecer cara a cara o lado a lado con los dirigentes genuinos de la Revolución de Octubre, para quienes el mensaje de la revolución era y seguía siendo inviolable.

Estos últimos no elevaron inmediatamente sus voces de protesta. Ni siquiera reconocieron la falsedad enseguida, puesto que ésta se infiltraba lenta e imperceptiblemente. Los jefes de la revolución no pudieron evitar la mentira en un principio; pero después, uno tras otro, con vacilaciones y titubeos, se alzaron para denunciarla y atacarla y para esgrimir contra ella la promesa violada de la revolución. Sus voces, sin embargo, que antaño habían sido tan poderosas e inspiradoras, sonaron a hueco en el fondo del pozo y no suscitaron ninguna reacción en las multitudes hambrientas, exhaustas y acobardadas. Entre todas esas voces, ninguna vibró con tan profunda y airada convicción como la de Trotsky. Este empezó ahora a adquirir su estatura de profeta desarmado de la revolución, que, en lugar de imponer su fe por la fuerza, sólo podía apoyarse en la fuerza de su fe. 

Issac Deutscher

El Profeta Desarmado. 1954

 


Revolucionarios y propagadores de infecciones

Engels escribía que Marx y él habían permanecido toda su vida en la minoría y que “habían hecho bien”. Los períodos en los que el movimiento de la clase oprimida se eleva hasta el nivel de las tareas generales de la revolución, representan en la historia excepciones rarísimas. Las derrotas de los oprimidos son mucho más frecuentes que sus victorias. Después de cada derrota, viene un largo período de reacción, que sumerge a los revolucionarios en una situación de cruel aislamiento. Los pseudorrevolucionarios, los “caballeros de una hora”, según expresión del poeta ruso, o traicionan abiertamente en esos períodos la causa de los oprimidos, o se lanzan en busca de una fórmula de salvación que les permita no romper con ninguno de los campos. Encontrar en nuestra época una fórmula de conciliación en el dominio de la economía política o de la sociología es inconcebible: las contradicciones entre las clases han derribado definitivamente las fórmulas de los liberales, que soñaban con “armonía” y las de los reformistas demócratas. Queda el dominio de la religión y de la moral trascendente. Los “socialistas revolucionarios” rusos tratan ahora de salvar la democracia, mediante una alianza con la Iglesia. Marceau Pivert reemplaza a la Iglesia con la francmasonería. Victor Serge, según parece, todavía no ingresa a las logias, pero sin ningún trabajo encuentra el lenguaje común con Pivert contra el marxismo.

Dos clases deciden la suerte de la sociedad contemporánea: la burguesía imperialista y el proletariado. El último recurso de la burguesía es el fascismo, que reemplaza los criterios sociales e históricos por criterios biológicos y zoológicos, para libertarse así de toda limitación en la lucha por la propiedad capitalista. Sólo la revolución socialista puede salvar la civilización. El proletariado necesita toda su fuerza, toda su resolución, toda su audacia, toda su pasión, toda su firmeza para realizar la violenta conmoción. Ante todo, necesita una completa independencia respecto de las ficciones de la religión, de la “democracia” y de la moral trascendente, cadenas espirituales creadas por el enemigo para domesticarlo y reducirlo a la esclavitud. Moral es lo que prepara el derrumbe completo y definitivo de la barbarie imperialista, y nada más. La salvación de la revolución: ¡esa es la ley suprema!

Comprender claramente las relaciones recíprocas entre las dos clases fundamentales, burguesía y proletariado, en la época de su lucha a muerte, nos revela el sentido objetivo del papel de los moralistas pequeñoburgueses. Su principal rasgo es su impotencia: impotencia social, dada la degradación económica de la pequeña burguesía; impotencia ideológica, dado el terror del pequeñoburgués ante el monstruoso desencadenamiento de la lucha de clases. De ahí la aspiración del pequeñoburgués, tanto culto como ignorante, de domar la lucha de clases. Si no lo consigue con ayuda de la moral eterna (y no puede lograrlo) la pequeña burguesía se echa en brazos del fascismo, que frena la lucha de clases gracias al mito y del hacha del verdugo. El moralismo de Victor Serge y de sus semejantes es un puente de la revolución hacia la reacción. Souvarine ya está del otro lado del puente. La menor concesión a semejantes tendencias es el comienzo de la capitulación ante la reacción. Que esos propagadores de infecciones ofrezcan reglas de moral a Hitler, a Mussolini, a Chamberlain y a Daladier. En cuanto a nosotros, nos basta el programa de la revolución proletaria.

Coyoacán, a 9 de junio de 1939


León Trotsky

Su moral y la nuestra. 1938

  


Recuerdo del Abuelo

Lo recuerdo muy bien como una persona de inteligencia excepcional cuya vida entera se caracterizó por una dedicación total y absoluta a la lucha por el socialismo. Y toda su personalidad fue moldeada en esta lucha.

Como persona, fue generoso, considerado, siempre dispuesto a explicar y educar pacientemente a los camaradas políticamente, irradiando un espíritu de vitalidad, optimismo y con su fino sentido del humor, creaba un ambiente jovial y cálido en su entorno. Trabajador inagotable, no desperdició ni un minuto de su existencia.

Pero lo que más me impresionó fue su convicción absoluta e inmutable de la victoria inevitable del socialismo y del futuro de la humanidad.

Esteban Volkov-Bronstein

Ciudad de México, 5 de marzo de 2019


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