sábado, 28 de octubre de 2017

8° Congreso Internacional en Gobierno, Gestión y Profesionalización en el ámbito local. “Promoviendo un desarrollo integral y descentralizado desde lo local”


Hermosillo, Sonora a 28 de octubre de 2017.

Del 19 al 20 de octubre de 2017 se celebró, en el Centro de Convenciones “Almoloya de Juárez”, de Almoloya de Juárez, Estado de México, el 8° Congreso Internacional en Gobierno, Gestión y Profesionalización en el ámbito local. “Promoviendo un desarrollo integral y descentralizado desde lo local”, simultáneamente con el 3er Congreso Mundial en Política, Gobierno y Estudios de Futuro “Debatiendo los asuntos gubernamentales con visión prospectiva”.

Esta octava edición del congreso abrió, una vez más, un espacio propicio para el análisis y discusión sobre los asuntos públicos fundamentales que inciden en el ámbito regional y local, en sus gobiernos, en la población y en un desarrollo integral.

Fueron 18 las instituciones convocantes de estos congresos, entre las que destacan las instituciones que fueron sedes de sus primeras ediciones: la Academia Internacional de Ciencias Político-Administrativas y Estudios de Futuro, A. C., la Universidad Autónoma del Estado de México Campus Amecameca, Texcoco y Zumpango; la Facultad de Administración de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, el Departamento de Sociología y Administración Pública de la Universidad de Sonora, la Escuela de Gobierno Profesor Paulo Neves de Carvalho de la Fundación João Pinheiro, Belo Horizonte, Brasil, y la Universidad Autónoma de Tlaxcala.
 
Dr. Roberto Moreno Espinosa. Presidente de la IAPAS
 
Además, se sumaron los esfuerzos de la Universidad Anáhuac, la Universidad Federal de Viçosa, la Universidad Federal de Lavras, la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad Autónoma Metropolitana, el Departamento de Administración Pública de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina, la Universidad de Colorado, Colorado Springs, el Instituto de Administración Pública del Estado de México (IAPEM, el Instituto de Administración Pública del Estado de Quintana Roo, la Universidad del Desarrollo Empresarial y Pedagógico, el Grupo de Investigación en Gobierno, Administración y Políticas Públicas (GIGAPP), y Novagob Red Social de la Administración Pública.

La temática analizada en el Congreso Internacional se distribuyó en ejes de trabajo: Federalismo y gobiernos locales, Desarrollo regional y metropolitano, Gobernanza y participación social, Innovación en el sector público para el gobierno abierto, Profesionalización del servicio público, Gobierno y Estado de derecho, y Políticas públicas y educación superior. Como respuesta a la convocatoria del Congreso se tuvo el registro de 40 ponencias.
 
Dr. Ricardo Uvalle Berrones
 

Momento significativo de esta edición del Congreso fue el otorgamiento del Doctorado Honoris Causa por parte de la Academia Internacional de Ciencias Político-Administrativas y Estudios de Futuro, A. C. (IAPAS), al Dr. Ricardo Uvalle Berrones y al Dr. Donald E. Klingner. Los méritos que han hecho merecedores a esta alta distinción a estos intelectuales de la Administración Pública son vastos y relevantes.

La trayectoria del Dr. Uvalle Berrones, académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, alcanza ya cuatro décadas formando profesionales y graduantes de la Administración Pública; es uno de los intelectuales mexicanos más sólidos en su disciplina; es autor de 15 libros, coordinador de otros 9 y con numerosos productos académicos presentados como ponencias, capítulos de libros y conferencias en todo el país y el extranjero.

Dr. Donald Klingner

Por su parte, el Dr. Donald Klingner es un distinguido profesor del Programa de Maestría en Administración Pública en la Escuela de Asuntos Públicos de la Universidad de Colorado Colorado Springs. Fue Presidente de la Sociedad Americana para la Administración Pública (ASPA). También es miembro de la Academia Nacional de Administración Pública estadounidense (NAPA). Además, es autor y co-autor de diversas obras sobre Administración Pública divulgadas internacionalmente.
 
La Universidad de Sonora, por conducto de la Academia y el Grupo Disciplinario de Administración Pública, quienes constituyen el Capítulo Sonora de la Academia Internacional IAPAS, promovió la participación de estudiantes del quinto y séptimo semestres del Programa de la Licenciatura de Administración Pública y de docentes del mismo programa.
 
Esta partipación se concentró en tres de los Ejes Temáticos del Congreso: Gobernanza y participación social, Innovación en el sector público para el gobierno abierto, y Profesionalización del servicio público.
 
 

Intervinieron como ponentes los estudiantes Clarissa Alejandra Beltrán Saavedra, Marco Antonio García Herrera, Ana María Quijada Wong y José Enrique Romandía Matuz. Los profesores ponentes fueron: Arturo Ordaz Alvarez, Gustavo de Jesús Bravo Castillo, Ernesto Blanco Gastélum y Lauro Parada Ruiz.

El involucramiento de estudiantes en esta relevante actividad académica tuvo como propósito apoyar en la formación integral de estudiantes de la carrera, con actividades extracurriculares de investigación y divulgación del conocimiento. Así, se apoyó a los estudiantes con la redacción de sus ponencias, así como en la preparación de su presentación pública.

Por otra parte, en el caso de los académicos, la finalidad institucional fue apoyar a la divulgación de los productos de los estudios e investigaciones realizados por los profesores del programa de Administración Pública de nuestra Universidad, y establecer vínculos e intercambios con otras instituciones de educación superior.

miércoles, 25 de octubre de 2017

Centenario de la Revolución Rusa


Hermosillo, Sonora a 25 de octubre de 2017.

¡A los Ciudadanos de Rusia!

El Gobierno provisional ha sido depuesto. El poder estatal ha pasado a manos del órgano del Sóviet de Obreros y Soldados de Petrogrado, el Comité Militar Revolucionario, que dirige al proletariado y a la guarnición de Petrogrado.
La causa por la que el pueblo ha luchado —la oferta inmediata de una paz democrática, la abolición de la propiedad de la tierra por los terratenientes, el control obrero de la industria y la creación de un Gobierno de los sóviets— ha quedado asegurada.

¡Viva la revolución de los trabajadores, soldados y campesinos!

Comité Militar Revolucionario del Sóviet de Obreros y Soldados de Petrogrado
25 de octubre de 1917, 10:00 de la mañana.

Vladímir Ilich Uliánov, Lenin, (1870-1924), fue el más importante líder bolchevique a cuya dirección se debe el triunfo de la Revolución Rusa de Octubre de 1917. La fecha significativa de este acontecimiento fue el 25 de octubre/7 de noviembre de 1917, correspondiente la primera al calendario Juliano vigente en el Imperio Zarista, el cual fue abolido por los bolcheviques, sustituyéndolo por el calendario Gregoriano, al que corresponde la segunda fecha.

Como Presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo se convirtió en el primer dirigente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviética en el año 1922. De esta manera, fue el constructor del modelo socialista nacido de la Revolución. Su lucidez intelectual hace de él uno de los pensadores más importantes del socialismo científico, el marxismo.

Con motivo del Aniversario 100 de la Revolución Rusa, se transcribe el discurso que Lenin pronunció el 6 de noviembre de 1918 en el VI Congreso Extraordinario de los Soviets de toda Rusia, ante la presencia de diputados obreros, campesinos, cosacos y soldados del Ejército Rojo, evento en el que se celebraba el primer aniversario de la Revolución de Octubre. Se trata de la versión publicada en el tomo 37 de sus Obras Completas por Editorial Progreso en 1981.



Lenin. 1921. Discurso en el 3er Congreso de la Internacional Comunista. Kremlin


Discurso conmemorativo del Primer Aniversario de la Revolución Rusa
Vladimir Ilich Uliánov, Lenin

(La aparición del camarada Lenin es acogida por una prolongada ovación. Todos se ponen en pie y saludan al camarada Lenin)

Camaradas: Conmemoramos el aniversario de nuestra revolución en momentos de importantísimos acontecimientos del movimiento obrero internacional, cuando hasta los más escépticos, hasta los que más dudaban entre la clase obrera y los trabajadores ven claro que la guerra mundial no acabará en convenios o violencias del viejo gobierno y de la vieja clase dominante, la burguesía, que la guerra lleva no sólo a Rusia, sino a todo el mundo, a la revolución proletaria mundial, a la victoria de los obreros sobre el capitalismo, que ha anegado en sangre la Tierra y muestra, después de todas las violencias y atrocidades del imperialismo alemán, la misma política por parte del imperialismo anglo-francés, apoyado por Austria y Alemania.
El día en que celebramos el aniversario de la revolución se debe lanzar una mirada al camino recorrido. Hubimos de empezar nuestra revolución en condiciones de inusitada dificultad, en las que no se encontrará ninguna de las siguientes revoluciones obreras del mundo, y por eso es de singular importancia que intentemos verter luz sobre todo el camino que hemos recorrido y ver qué hemos alcanzado en este tiempo y en qué medida nos hemos preparado en este año para nuestra tarea principal, para nuestra tarea verdadera, decisiva y fundamental. Debemos ser una parte de los destacamentos, una parte del ejército proletario y socialista de todo el mundo. Nos hemos dado siempre cuenta de que si hemos tenido que empezar la revolución, que dimanaba de la lucha de todo el mundo, no ha sido en virtud de méritos algunos del proletariado ruso o en virtud de que él estuviera delante de todos; antes al contrario, sólo la debilidad peculiar, el atraso del capitalismo y, sobre todo, las agobiadoras circunstancias estratégicas y militares nos hicieron ocupar, por la lógica de los acontecimientos, un lugar delante de otros destacamentos, sin esperar que éstos se acercasen, se alzasen. Ahora hacemos el balance a fin de enterarnos de la medida en que nos hemos preparado para acercarnos a las batallas que nos esperan en nuestra futura revolución.
Y bien, camaradas, al preguntarnos qué hemos hecho de importancia en este año, debemos decir que hemos hecho lo siguiente: del control obrero, estos primeros pasos de la clase obrera, del manejo de todos los recursos del país hemos llegado al umbral de la creación de la administración obrera de la industria; de la lucha de todos los campesinos por la tierra, de la lucha de los campesinos contra los terratenientes, de la lucha de carácter nacional, democrático y burgués hemos llegado a que en el campo se destaquen los elementos proletarios y semiproletarios, se destaquen los que más trabajan, los explotados, y se comience a edificar la nueva vida; la parte más oprimida del campo ha empezado la lucha hasta el fin contra la burguesía, incluida su propia burguesía rural, los kulaks.
Sigamos: como ha dicho acertadamente el camarada Sverdlov, al inaugurar el congreso, de los primeros pasos de la organización soviética hemos llegado al punto en que en Rusia no hay un solo rincón donde no se haya consolidado esta organización, donde no forme un todo con la Constitución soviética, redactada teniendo en cuenta la larga experiencia de lucha de todos los trabajadores y oprimidos.
De nuestra completa incapacidad defensiva, de la última guerra de cuatro años, que ha dejado en las masas no sólo el odio de los oprimidos, sino la repulsa, un cansancio tremendo y una extenuación que condenó la revolución a un período de lo más difícil y pesado, cuando estábamos indefensos ante los golpes del imperialismo alemán y austriaco, de esa incapacidad defensiva hemos pasado a tener un poderoso Ejército Rojo. Por último, y esto es lo más importante, hemos llegado del aislamiento internacional, del que padecíamos en Octubre y al principio del año en curso, a una situación en la que nuestro único, pero firme aliado, los trabajadores y oprimidos de todos los países, se han alzado al fin, cuando dirigentes del proletariado euroccidental, como Liebknecht y Adler, dirigentes que han pagado con largos meses de presidio sus audaces y heroicos intentos de levantar la voz contra la guerra imperialista, vemos que estos dirigentes están en libertad porque ha obligado a ponerlos en libertad la revolución obrera de Viena y Berlín, que crece por instantes. Del aislamiento hemos llegado a la situación de estar codo con codo y hombro a hombro con nuestros aliados internacionales. Eso es lo fundamental que hemos alcanzado este año. Y me permitiré detenerme brevemente a hablar de este camino, a hablar de esta transición.


Lenin y Trotsky. 1920. Plaza Sverdlov


Camaradas, al principio, nuestra consigna era el control obrero. Decíamos: a pesar de todas las promesas del gobierno de Kerenski, el capital continúa saboteando la producción del país y destruyéndola cada vez más. Vemos ahora que las cosas marchaban hacia la disgregación, y el primer paso fundamental obligatorio para todo gobierno socialista, obrero, debe ser el control obrero. No decretamos en el acto el socialismo en toda nuestra industria porque el socialismo puede formarse y afianzarse únicamente cuando la clase obrera aprenda a dirigir, cuando se afiance el prestigio de las masas obreras. Sin eso, el socialismo no pasa de ser un deseo. De ahí que implantáramos el control obrero, sabiendo que es un paso contradictorio, un paso incompleto, pero es necesario que los propios obreros emprendan la gran obra de crear la industria de un inmenso país sin explotadores y contra los explotadores. Y, camaradas, quien ha participado directa e incluso indirectamente en esa obra, quien ha sufrido toda la opresión, todas las atrocidades del viejo régimen capitalista ha aprendido muchísimo. Sabemos que es poco lo conseguido. Sabemos que, en el país más atrasado y arruinado, en el que tantas trabas y dificultades se ha puesto a la clase obrera, esta clase necesita un plazo largo para aprender a dirigir la industria. Estimamos que lo más importante y valioso consiste en que los propios obreros han tomado en sus manos esta dirección, en que, del control obrero, que debía seguir siendo caótico, desmembrado, artesano e incompleto en todas las ramas básicas de la industria, hemos llegado a la dirección obrera de la industria a escala nacional.
La situación de los sindicatos ha cambiado. Su tarea principal consiste ahora en enviar a representantes suyos a todas las Direcciones Generales y organismos centrales, a todas las nuevas organizaciones que han heredado del capitalismo una industria arruinada y premeditadamente saboteada y que han puesto manos a la obra sin la ayuda de todas esas fuerzas intelectuales que se plantearon desde el principio el objetivo de utilizar los conocimientos y la instrucción superior -resultado del acervo de conocimientos adquiridos por la humanidad- para frustrar la causa del socialismo, en vez de poner la ciencia al servicio de las masas en la organización de la economía pública, nacional, sin explotadores. Esa gente se ha planteado el objetivo de utilizar la ciencia para poner obstáculos, para estorbar a los obreros que han tomado en sus manos la dirección, siendo los menos preparados para ello. Y podemos decir que el obstáculo fundamental ha sido vencido. La tarea ha resultado extraordinariamente difícil. El sabotaje de todos los elementos que se inclinan hacia la burguesía ha sido roto. A pesar de los enormes impedimentos, los obreros han conseguido dar este paso fundamental que ha echado los cimientos del socialismo. No exageramos ni tememos lo más mínimo decir la verdad. Sí, se ha hecho poco para alcanzar el objetivo final; pero se ha hecho mucho, muchísimo, para consolidar esos cimientos. Al hablar del socialismo, no se puede hablar de la edificación consciente de los cimientos entre las más amplias masas obreras en el sentido de que esas masas hayan tomado los libros y leído un folleto; la conciencia consiste en este caso en que han emprendido con su propia energía, con sus propias manos una obra de extraordinaria dificultad, han cometido millares de errores y han sufrido ellos mismos las consecuencias de cada uno de ellos, en que cada error les templaba y forjaba en la organización de la dirección de la industria, hoy ya realidad con firme base. Han llevado su labor hasta el fin. Esta labor no se efectuará ahora como antes; ahora, toda la masa obrera, no sólo los jefes y los trabajadores de vanguardia, sino verdaderamente los más amplios sectores saben que ellos mismos edifican el socialismo con sus propias manos, que han colocado ya sus cimientos y que no hay en el interior del país fuerza capaz de impedirles llevar a término esta obra.
Si en lo que se refiere a la industria hemos encontrado tan grandes dificultades, si en ese terreno hemos debido recorrer un camino que a muchos les parece largo, pero que en realidad es corto, y que nos ha llevado del control obrero a la administración obrera, en el campo, que es el más atrasado, hemos debido realizar una labor preparatoria mucho mayor. Y quienes han observado la vida rural, quienes han tenido contacto con las masas campesinas en las propias aldeas dicen: la Revolución de Octubre en las ciudades se ha convertido en verdadera Revolución de Octubre para el campo sólo durante el verano y el otoño de 1918. Y en esta cuestión, camaradas, cuando el proletariado petrogradense y los soldados de la guarnición de esta ciudad tomaron el poder, sabían perfectamente que la organización de la nueva vida en el campo presentaría grandes dificultades; que en esta labor sería necesario avanzar de manera más gradual, que constituiría el mayor absurdo intentar imponer por decreto y por ley el laboreo colectivo de la tierra; que eso podría ser aceptado por un insignificante número de campesinos conscientes, pero que la inmensa mayoría de los campesinos no se planteaba esa tarea. Y por eso nos limitamos a lo que era absolutamente indispensable para el desarrollo de la revolución: no adelantarse en modo alguno al desarrollo de las masas, sino esperar que el avance dimane de la propia experiencia de esas masas, de su propia lucha. En Octubre nos limitamos a barrer de un solo golpe al enemigo secular de los campesinos, al terrateniente feudal, al propietario de los latifundios. Eso era la lucha campesina general. Entonces aún no existía en el seno del campesinado la división entre proletariado, semiproletariado, campesinado pobre y burguesía. Nosotros, socialistas, sabíamos que sin esa lucha no existiría el socialismo; pero sabíamos también que no bastaba que lo supiéramos nosotros, que era necesario que lo comprendieran millones de seres, no a través de la propaganda, sino como resultado de su propia experiencia, y por eso, cuando todo el campesinado en su conjunto se imaginaba la revolución basada exclusivamente en el usufructo igualitario de la tierra, dijimos abiertamente en nuestro decreto del 26 de octubre de 1917 que tomábamos como base el mandato campesino sobre la tierra.
Dijimos claramente que ese mandato no respondía a nuestros puntos de vista, que eso no era comunismo; mas no impusimos a los campesinos lo que no respondía a sus puntos de vista y respondía exclusivamente a nuestro programa. Declaramos que marchábamos con ellos como con camaradas trabajadores, seguros de que el desarrollo de la revolución habría de conducir a la misma situación a que hemos llegado y, como resultado, vemos el movimiento campesino. La reforma agraria se inició con esa socialización de la tierra que hemos aprobado nosotros mismos, con nuestros votos, diciendo francamente que no coincide con nuestras opiniones, sabiendo que la inmensa mayoría comparte la idea del usufructo igualitario de la tierra y no queriendo imponerle nada a aquélla, esperando que el campesinado se desembarazara de eso por sí mismo y marchara adelante. Hemos esperado todo lo necesario y hemos sabido preparar nuestras fuerzas.
La ley que aprobamos entonces se basaba en los principios democráticos generales, en lo que une al campesino rico, al kulak, con el campesino pobre; el odio al terrateniente; se basaba en la idea general de la igualdad, que era, sin duda alguna, una idea revolucionaria contra el viejo régimen de la monarquía. Y de esa ley debíamos pasar a la división en el seno del campesinado. Aplicamos la ley de socialización de la tierra con el asentimiento general. Esa ley fue aprobada unánimemente por nosotros y por los que no compartían los puntos de vista de los bolcheviques. En la solución del problema de quién debe poseer la tierra concedimos prioridad a las comunas agrícolas. Dejamos abierto el camino para que la agricultura pudiera desarrollarse, basada en los principios socialistas, sabiendo perfectamente que entonces, en octubre de 1917, no estaba en condiciones de emprender ese camino. Con nuestra preparación hemos esperado hasta conseguir un gigantesco paso de importancia histórica universal, que no ha sido dado aún en ninguno de los Estados republicanos más democráticos. Ese paso lo ha dado este verano toda la masa campesina, incluso en las aldeas rusas más apartadas. Cuando las cosas llegaron al desorden en el abastecimiento, al hambre; cuando como consecuencia de la vieja herencia y de los cuatro años malditos de guerra, cuando con los esfuerzos de la contrarrevolución y de la guerra civil nos fue arrebatada la zona más cerealista; cuando todo eso alcanzó el punto culminante y el peligro del hambre amenazó a las ciudades, el único baluarte de nuestro poder, el más fiel y seguro, el obrero avanzado de las ciudades y de las zonas industriales marchó unánime al campo. Calumnian quienes dicen que los obreros marcharon al campo para dar principio a la lucha armada entre los obreros y los campesinos. Los acontecimientos refutan esa calumnia. Los obreros marcharon para oponer resistencia a los elementos explotadores del campo, a los kulaks, que han amasado riquezas inauditas especulando con el trigo mientras el pueblo se moría de hambre. Marcharon para ayudar a los campesinos trabajadores pobres, a la mayoría de la aldea. Y que no fueron en vano, que tendieron su mano de alianza, que su trabajo preparatorio se fundió con la masa, lo ha demostrado plenamente julio, la crisis de julio, cuando la sublevación de los kulaks se extendió por toda Rusia. La crisis de julio terminó en que en las aldeas se levantaron por doquier los elementos trabajadores explotados, se levantaron junto con el proletariado de las ciudades. El camarada Zinóviev me ha comunicado hoy por teléfono que al Congreso regional de comités de campesinos pobres, que se está celebrando en Petrogrado, asisten 18.000 personas y que en él reinan entusiasmo y animación extraordinarios. A medida que lo que ocurre en toda Rusia va adoptando una forma más evidente, los pobres del campo, al alzarse, han visto la lucha con los kulaks por propia experiencia, han visto que para abastecer de víveres la ciudad, que para restablecer el intercambio de mercancías -sin el cual no puede vivir el campo- no se puede marchar con la burguesía rural y con los kulaks. Hay que organizarse aparte. Y nosotros hemos dado ahora el primer paso grandioso de la revolución socialista en el campo. En Octubre no podíamos darlo. Comprendimos ese momento cuando pudimos ir a las masas, y ahora hemos logrado que haya empezado la revolución socialista en el campo, que no exista una sola aldea apartada en la que no sepan que si el hermano rico, el hermano kulak especula con trigo, enfoca todos los acontecimientos actuales desde el viejo punto de vista retrógrado.
Y bien, la economía rural, los pobres del campo, uniéndose estrechamente a sus jefes, los obreros urbanos, sólo ahora proporcionan los cimientos definitivos y firmes para la verdadera edificación socialista. Sólo ahora empezará en el campo la edificación socialista. Sólo ahora se organizarán los Soviets y haciendas que tiendan sistemáticamente al laboreo colectivo de la tierra a gran escala, al aprovechamiento de los conocimientos, de la ciencia y de la técnica, sabiendo que, en el terreno de la época vieja, reaccionaria y oscurantista es imposible hasta la cultura humana más simple y elemental. En este terreno, la labor es más difícil que en la industria. En este terreno son mayores aún las equivocaciones de nuestros comités locales y de los Soviets rurales. Aprenden en las equivocaciones. Nosotros no tememos las equivocaciones cuando las cometen las masas, que tienen una actitud consciente ante la edificación, porque sólo confiamos en la propia experiencia y en el propio trabajo.
Pues bien, la mayor revolución que nos ha traído en plazo tan breve al socialismo en el campo muestra que toda esta lucha ha sido coronada por el éxito. Lo muestra de la manera más evidente el Ejército Rojo. Sabéis en qué situación hemos estado en la guerra imperialista mundial, cuando Rusia se vio en una situación en la que las masas populares no podían soportarla. Sabemos que entonces nos vimos en la situación más desamparada. Dijimos abiertamente toda la verdad a las masas obreras. Denunciamos los tratados imperialistas secretos de la política que sirve de instrumento más grande de engaño, política que ahora, en Norteamérica, la república democrática del imperialismo burgués más avanzada, engaña a las masas como nunca y les toma el pelo. Cuando el carácter imperialista de la guerra quedó claro para todos, el único país que desmoronó hasta los cimientos la política exterior secreta de la burguesía fue la República Soviética de Rusia. Denunció los tratados secretos y dijo por boca del camarada Trotski, dirigiéndose a los países de todo el mundo; os llamamos a que terminéis esta guerra por vía democrática, sin anexiones ni contribuciones, y decimos abiertamente y con orgullo la dura verdad, pero la verdad, al fin y al cabo, que para acabar esta guerra hace falta la revolución contra los gobiernos burgueses. Nuestra voz quedó sola. Por ello hubimos de pagar con una paz de inverosímiles dureza y sacrificio que nos impuso el tiránico Tratado de Brest, que sembró el abatimiento y la desesperación entre muchos simpatizantes. Eso fue porque estábamos solos. Pero cumplimos con nuestro deber y dijimos a todos. ¡Tales son los fines de la guerra! Y si se desbordó sobre nosotros el alud del imperialismo alemán fue porque hacía falta un gran lapso para que nuestros obreros y campesinos llegasen a una organización sólida. Entonces carecíamos de ejército; teníamos el viejo ejército desorganizado de los imperialistas, que llevaban a la guerra por fines que los soldados no compartían y con los que no simpatizaban. Resultó que hubimos de pasar por un período muy doloroso. Fue un período en el que las masas debían descansar de la atormentadora guerra imperialista y comprender que empezaba otra guerra. Tenemos derecho a llamar guerra nuestra la guerra en que defendamos nuestra revolución socialista. Eso tenían que comprenderlo por experiencia propia millones y decenas de millones. Se tardaron meses en ello. Esa conciencia se fue abriendo paso durante mucho tiempo y a duras penas. Pero en el verano de este año quedó claro para todos que se había abierto paso al fin, que el viraje se había empezado, que el ejército, producto de la masa popular, el ejército, que se sacrifica, que después de la sangrienta matanza de cuatro años va otra vez a la guerra, para que ese ejército combata por la República Soviética necesita nuestro país que el cansancio y la desesperación de la masa, que va a esa guerra, sean sustituidos por una conciencia clara de que van a morir verdaderamente por su causa: por los Soviets obreros y campesinos, por la república socialista. Eso lo hemos logrado.


Lenin y Trotsky en el segundo aniversario de la Revolución Rusa


Las victorias que este verano obtuvimos sobre el cuerpo de ejército checoslovaco y las noticias de las victorias que se reciben y alcanzan enormes proporciones demuestran que se ha dado un viraje y que la tarea más difícil, la de formar unas masas socialistas organizadas y conscientes, se ha cumplido después de una dolorosa guerra de cuatro años. Esa conciencia ha calado hondo en las masas. Decenas de millones han comprendido que están dedicados a una obra difícil. Y en ello está la garantía de que, aunque se proponen atacarnos las fuerzas del imperialismo mundial, que son más vigorosas que nosotros ahora, que, aunque nos rodeen ahora los soldados de los imperialistas, que han comprendido el peligro del Poder soviético y arden en deseos de asfixiarlo, a pesar de que decimos la verdad, de que no ocultamos que son más fuertes que nosotros, no nos dejamos llevar por la desesperación.
Nosotros decimos: ¡Avanzamos, la República Soviética avanza! La causa de la revolución proletaria avanza con más rapidez de lo que se acercan las fuerzas de los imperialistas. Estamos llenos de esperanza y seguridad en que defendemos los intereses no sólo de la revolución socialista rusa, sino en que hacemos la guerra en defensa de la revolución socialista mundial. Nuestras esperanzas en la victoria crecen con más rapidez porque crece la conciencia de nuestros obreros. ¿Qué era la organización soviética en octubre del año pasado? Eran los primeros pasos. No podíamos amoldarla, hacerla llegar a una situación determinada, a la situación actual, y ahora tenemos la Constitución soviética. Sabemos que esta Constitución soviética fue aprobada en julio, que no ha sido inventada por una comisión cualquiera, que no ha sido redactada por jurisconsultos ni copiada de otras constituciones. En el mundo no ha habido otras constituciones como la nuestra. En ella está refrendada la experiencia de lucha y organización de las masas proletarias contra los explotadores así dentro del país como en todo el mundo. Tenemos en nuestro haber experiencia de lucha.


 (Aplausos)


Y esta experiencia es una confirmación evidente de que los obreros organizados han creado el Poder soviético sin funcionarios, sin ejército permanente, sin privilegios concedidos de hecho en beneficio de la burguesía y han colocado en las fábricas los cimientos de la nueva edificación. Nos ponemos manos a la obra, incorporando a los nuevos colaboradores que nos hacen falta para aplicar la Constitución soviética. Para ello tenemos listo personal recién reclutado, jóvenes campesinos que debemos incorporar al trabajo y nos ayudarán a llevar la obra hasta el fin.
Hablaré ahora del último punto en que quiero detenerme: de la situación internacional. Estamos hombro a hombro con nuestros camaradas internacionales y nos hemos convencido de cuánta resolución y energía ponen en expresar la seguridad en que la revolución proletaria rusa seguirá con ellos como una revolución internacional.
En la medida en que ha venido creciendo la importancia internacional de la revolución, ha venido creciendo y reforzándose la rabiosa cohesión de los imperialistas de todo el mundo. En octubre de 1917 consideraban nuestra república un caso curioso al que no valía la pena conceder atención; en febrero la consideraban un experimento socialista que no merecía tenerse en cuenta. Pero el ejército de la República ha ido creciendo y fortaleciéndose: ha cumplido la misión más difícil de crear el Ejército Rojo socialista. En virtud del avance y el éxito de nuestra causa ha venido aumentando la resistencia y el odio rabiosos de los imperialistas de todos los países, los cuales han hecho a los capitalistas anglo-franceses, que pregonaban a voz en grito su enemistad a Guillermo, estar a punto de unirse con ese mismo Guillermo en la lucha por asfixiar a la República Soviética Socialista, ya que han visto que ha dejado de ser un caso curioso y un experimento socialista y se ha convertido en un foco verdadero, en un foco efectivo de la revolución socialista mundial. Por eso, en la medida en que han sido mayores los éxitos de nuestra revolución, ha venido aumentando el número de nuestros enemigos. Debemos darnos cuenta, sin ocultar lo más mínimo la gravedad de nuestra situación, de lo que tenemos que hacer en adelante. Pero iremos a ello, y no vamos ya solos, sino con los obreros de Viena y Berlín, que se alzan a la misma lucha y aportarán, quizás, mayores disciplina y conciencia a nuestra causa común.
Camaradas, para mostraros cómo se echa encima de nuestra República Soviética el nublado y qué peligros nos acechan, os leeré el texto completo de una nota que el Gobierno alemán nos ha hecho llegar por mediación de su consulado:

“Al Comisario del Pueblo para las Relaciones Exteriores, G. V. Chicherin, Moscú, 5 de noviembre de 1918.

Por encargo del Gobierno imperial alemán, el Consulado Imperial Alemán tiene el honor de comunicar a la República Federativa de Rusia lo que sigue: el Gobierno alemán se ha visto obligado a elevar por segunda vez una protesta con motivo de las declaraciones hechas por entidades oficiales rusas, las cuales, a pesar de las disposiciones del artículo 2 del Tratado de Paz de Brest, llevan a cabo una campaña intolerable contra las instituciones públicas alemanas. Además, no considera posible limitarse a protestar contra dicha campaña, la cual no sólo viola las disposiciones indicadas en el tratado, sino que entraña una trasgresión de las habituales prácticas internacionales. Cuando después de haber concluido el Tratado de Paz, el Gobierno soviético estableció su representación diplomática en Berlín, se indicó en forma clara al representante de Rusia, señor Ioffe, que debía abstenerse de hacer en Alemania agitación o propaganda algunas. La respuesta de éste fue que conocía el artículo 2 del Tratado de Brest y que sabía que, como representante de una potencia extranjera, no debía inmiscuirse en los asuntos internos de Alemania. Por ello, tanto el señor Ioffe como los organismos que de él dependen, gozaban en Berlín de la habitual atención y confianza que se otorga a las representaciones extranjeras que tienen derechos de extraterritorialidad. Sin embargo, esta confianza ha sido defraudada. De un tiempo a esta parte ha quedado claro ya que la representación diplomática rusa ha mantenido estrecho contacto con determinados elementos que actúan para derrocar el régimen estatal de Alemania y, utilizando dichos elementos, ha mostrado interés en el movimiento orientado a derrocar el régimen existente en Alemania. Merced al incidente ocurrido el 4 del mes en curso, se ha puesto en claro que la representación rusa introduce en el país hojas volantes que exhortan a la revolución, tomando así incluso parte activa en los movimientos que tienen como objetivo derribar el régimen existente y abusando con ello del privilegio de utilizar correos diplomáticos. Debido al deterioro causado durante el transporte a uno de los cajones del equipaje oficial del correo ruso que llegó ayer a Berlín, se ha comprobado que contenía hojas volantes revolucionarias impresas en alemán y destinadas a ser distribuidas en Alemania. La actitud adoptada por el Gobierno soviético ante la manera de resarcir el asesinato del Embajador imperial, conde de Mirbach, es un motivo más de queja para el Gobierno alemán. El Gobierno ruso prometió solemnemente hacer cuanto estuviera a su alcance para castigar a los culpables. Sin embargo, el Gobierno alemán no ha podido registrar indicio alguno de que se haya iniciado la búsqueda o el castigo de los culpables o de que se haya propuesto hacerla. Los asesinos huyeron del edificio, el cual estaba acordonado por agentes de la seguridad pública del Gobierno ruso. Los instigadores del crimen, que han reconocido públicamente haberlo planeado y preparado, siguen hasta el día de hoy gozando de impunidad, y a juzgar por las noticias recibidas, incluso han sido amnistiados. El Gobierno alemán protesta contra esta violación del tratado y del derecho público y ha de exigir del Gobierno ruso garantías de que en adelante se evitará toda agitación y propaganda que vulnere el Tratado de Paz. Ha de insistir, además, en que se purgue el asesinato del Embajador, conde de Mirbach, castigando a los homicidas y quienes los instigaron. El Gobierno alemán ha de solicitar del Gobierno de la República Soviética que retire a sus representantes diplomáticos y otros que tenga en Alemania mientras no se hayan satisfecho estos requerimientos. Hoy se ha comunicado al representante de Rusia en Berlín que se pondrá a su disposición un tren expreso para que pueda salir del país el personal diplomático y consular, así como los demás representantes oficiales de Rusia que se encuentran en la capital alemana; el tren partirá mañana por la tarde, y se tomarán todas las medidas pertinentes para que todo el personal pueda llegar sin obstáculos hasta la frontera rusa. Se ruega al Gobierno soviético que se preocupe a la vez de dar a los representantes alemanes que se encuentran en Moscú y Petrogrado la posibilidad de abandonar el país, observando todos los requisitos que impone el deber de cortesía. Se pondrá en conocimiento de los otros representantes de Rusia que se encuentren en Alemania, así como de los representantes oficiales alemanes que se hallen en otros lugares de Rusia, que deben emprender el viaje en el plazo de una semana, los primeros para Rusia, y los segundos para Alemania. El Gobierno alemán se permite manifestar que confía en que su personal oficial mencionado en último orden gozará también, en el momento de partir, de las debidas atenciones que impone la cortesía, y en que, a los súbditos alemanes o personas acogidas a la jurisdicción alemana, en caso de que lo solicitaran, se les permitirá abandonar el país sin inconvenientes”.

Camaradas, todos estamos al cabo de la calle de que el Gobierno alemán sabía de sobra que en la Embajada rusa eran bien recibidos los socialistas alemanes, y no los partidarios del imperialismo alemán, gente que nunca traspuso los umbrales de la Embajada rusa. Sus amigos eran los socialistas adversarios de la guerra que simpatizaban con Carlos Liebknecht. Desde que se estableció la Embajada, ellos fueron sus visitantes, y sólo con ellos mantuvimos relaciones. De todo eso estaba muy bien enterado el Gobierno alemán, que vigila a cada representante de nuestro Gobierno con tanto celo como lo hacía Nicolás II con nuestros camaradas. Y si el Gobierno alemán adopta ahora esa actitud no es porque haya cambiado algo, sino porque antes se creía más fuerte y no temía que las llamas de una casa incendiada en las calles de Berlín se propagaran a toda Alemania. El Gobierno alemán ha perdido la cabeza y piensa apagar el incendio, que abarca a todo el país, dirigiendo sus extintores policíacos a una sola casa.

 (Clamorosos aplausos)

Esto es simplemente ridículo. Si el Gobierno alemán se dispone a anunciar la ruptura de las relaciones diplomáticas, declaramos que nosotros lo sabíamos y que orienta todos sus esfuerzos a concertar una alianza con los imperialistas anglo-franceses. Sabemos que el gobierno de Wilson ha recibido numerosos telegramas con la petición de que no se retiren las tropas alemanas de Polonia, Ucrania, Estlandia y Liflandia, pues, aunque esos imperialistas son enemigos del imperialismo alemán, dichas tropas cumplen una misión de ellos: la de reprimir a los bolcheviques. Podrán retirarse sólo cuando lleguen allí “tropas liberadoras” de la Entente para estrangular a los bolcheviques.
Eso lo sabemos de sobra: por ese lado nada nos pillará por sorpresa. Decíamos sólo que ahora, cuando Alemania está en llamas y toda Austria arde, cuando se han visto obligados a poner en libertad a Liebknecht y permitirle ir a la Embajada rusa, donde se celebraba una reunión general de socialistas rusos y alemanes encabezada por Liebknecht, el paso dado por el Gobierno alemán no es tanto una prueba de que quiere luchar, sino más bien de que ha perdido totalmente la cabeza y que va, desesperado, de un lado a otro en busca de una solución, porque contra Alemania avanza el enemigo más encarnizado, el imperialismo anglo-norteamericano, un enemigo que aplastó a Austria con una paz cien veces más expoliadora que la paz de Brest. Alemania comprende que estos liberadores también quieren aplastarla a ella, despedazarla y martirizarla. Al mismo tiempo, se alza el obrero alemán. El ejército alemán no resultó ineficaz y sin capacidad de combatir porque se hubiera relajado su disciplina, sino porque los soldados, que se negaban a pelear fueron trasladados del frente oriental al occidental de Alemania y llevaron con ellos lo que la burguesía llama bolchevismo mundial.


V. I. Lenin


Esa es la causa de que el ejército alemán no tuviese capacidad de combate y de que este documento sea la mejor prueba del desconcierto del Gobierno de Alemania. Afirmamos que dicho documento motivará la ruptura de las relaciones diplomáticas, y quizás lleve incluso a la guerra si dicho gobierno cuenta con fuerzas para dirigir tropas de guardias blancos. Por eso hemos enviado a todos los Soviets de diputados un telegrama que termina en una exhortación a estar alerta, a prepararse y poner en tensión todas las fuerzas, pues esto es otra prueba de que el imperialismo internacional se propone el objetivo principal de dar al traste con el bolchevismo. Ello significa vencer no sólo a Rusia, sino también, en cada país, a los obreros propios. Mas no lo conseguirán, aunque empleen las mayores brutalidad y violencia en alcanzar su propósito. Estas fieras se preparan, preparan una campaña contra Rusia desde el Sur, a través de los Dardanelos, o por Bulgaria y Rumania; negocian para formar un ejército de guardias blancos en Alemania y lanzarlo contra Rusia. Nos damos perfecta cuenta de este peligro y decimos con franqueza: camaradas, el año de trabajo que hemos realizado no ha sido en vano; hemos colocado los cimientos y nos hallamos ante batallas decisivas que lo serán de verdad. Pero no avanzamos solos: el proletariado de Europa Occidental se ha alzado y no ha dejado piedra sobre piedra en Austria- Hungría. El gobierno de ese país es tan flojo, está tan desconcertado y ha perdido tanto la cabeza como el gobierno de Nicolás Románov a fines de febrero de 1917. Nuestra consigna debe ser: ¡poned una vez más todas las fuerzas en la lucha, sin olvidar que nos aproximamos a la batalla final, a la batalla decisiva en aras de la revolución socialista mundial, y no sólo de la rusa!
Sabemos que las fieras del imperialismo son todavía más fuertes que nosotros, que pueden volcar sobre nosotros y nuestro país las violencias, las atrocidades y tormentos más desenfrenados, pero no pueden vencer a la revolución mundial. Están posesos de un odio cerril, y por ello nos decimos a nosotros mismos: pase lo que pase, cada obrero y cada campesino de Rusia cumplirá con su deber y entregará la vida si así lo exige la defensa de la revolución. Decimos: pase lo que pase, cualesquiera que sean las calamidades que nos envíen los imperialistas, no se salvarán. ¡El imperialismo sucumbirá, y la revolución socialista internacional triunfará contra viento y marea!

(Clamorosos aplausos que se transforman en prolongada ovación)


La Revolución Rusa


León Trotsky en Prinkipo


Hermosillo, Sonora a 25 de octubre de 2017.

Lev Davídovich Bronstein, Trotsky, (1879-1940), político y revolucionario ruso, su participación fue clave para el triunfo de la Revolución Rusa de 1917. Como presidente del Soviet de Petrogrado, fue el responsable de la movilización que llevó al poder a los bolcheviques.
Durante el gobierno socialista, ocupó los cargos de primer Presidente del Soviet Militar Revolucionario, Comisario del Pueblo para la Guerra y Comisario del Pueblo para las Relaciones Exteriores. A él se debe la creación del Ejército Rojo, para consolidar el poder soviético y enfrentar la amenaza de los contrarrevolucionarios blancos y de diversas naciones extranjeras.
Tras su exilio de la Unión Soviética, fundó la Cuarta Internacional, representante de la izquierda revolucionaria y crítico de la dictadura Staliniana, su planteamientos políticos e ideológicos se desprenden de su teoría de la revolución permanente.
Dentro de su prolija producción intelectual, destaca su Historia de la Revolución Rusa, publicada en dos tomos entre 1929 y 1932, durante en su exilio en Prinkipo (Isla de Büyükada) en Turquía. Precisamente, de esta obra se recupera el Prólogo al Tomo I, donde Trotsky reflexiona de las condiciones en que se dio la Revolución bolchevique y las consecuencias de este hecho histórico mundial. En el Centenario de la Revolución es significativo recordar este momento de la humanidad con las palabras de uno de sus principales protagonistas.

Se recupera el prólogo de la edición colectiva del Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx, el Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones "León Trotsky" y el Museo Casa de León Trotsky de 2017.



León Trotsky. 1920


HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN RUSA

Prólogo

En los dos primeros meses del año 1917 reinaba todavía en Rusia la dinastía de los Romanov. Ocho meses después estaban ya en el timón los bolcheviques, un partido ignorado por casi todo el mundo a principios de año y cuyos dirigentes, en el momento mismo de subir al poder, se hallaban aún acusados de alta traición. La historia no registra otro cambio de frente tan radical, sobre todo si se tiene en cuenta que estamos ante una nación de ciento cincuenta millones de habitantes. Es evidente que los acontecimientos de 1917, sea cual fuere el juicio que merezcan, son dignos de ser investigados. 
La historia de la revolución, como toda historia, debe, ante todo, relatar los hechos y su desarrollo. Pero esto no basta. Es menester que del relato se desprenda con claridad por qué las cosas sucedieron de ese modo y no de otro. Los sucesos históricos no pueden considerarse como una cadena de aventuras ocurridas al azar ni engarzarse en el hilo de una moral preconcebida, sino que deben someterse al criterio de las leyes que los gobiernan. El autor del presente libro entiende que su misión consiste precisamente en sacar a la luz esas leyes. 
El rasgo característico más indiscutible de las revoluciones es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos. En tiempos normales, el Estado, sea monárquico o democrático, está por encima de la nación; la historia corre a cargo de los especialistas de este oficio: los monarcas, los ministros, los burócratas, los parlamentarios, los periodistas. Pero en los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, estas rompen las barreras que las separan de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales y, con su intervención, crean un punto de partida para el nuevo régimen. Dejemos a los moralistas juzgar si esto está bien o mal. A nosotros nos basta con tomar los hechos tal como nos lo brinda su desarrollo objetivo. La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos.

León Trotsky. Mayo de 1917. Arribo a Petrogrado

Cuando en una sociedad estalla la revolución, luchan unas clases contra otras y, sin embargo, es evidente que, para explicar el curso de la propia revolución, que en unos pocos meses derriba instituciones seculares y crea otras nuevas para volver enseguida a derrumbarlas, no son suficientes los cambios que ocurren en las bases económicas de la sociedad y en el sustrato social de las clases entre su comienzo y su fin. 
La dinámica de los acontecimientos revolucionarios se halla directamente determinada por los rápidos, tensos y violentos cambios que sufre la psicología de las clases formadas antes de la revolución. 
La sociedad no cambia nunca sus instituciones a medida que lo necesita, como un operario cambia sus herramientas. Por el contrario, acepta como algo definitivo las instituciones a las que se encuentra sometida. Durante décadas la oposición crítica no es más que una válvula de seguridad para dar salida al descontento de las masas y una condición que garantiza la estabilidad del régimen social dominante; es, por ejemplo, la significación que tiene hoy la oposición socialdemócrata en ciertos países. Para arrancar del descontento las trabas del conservadurismo y llevar a las masas a la insurrección, se necesitan condiciones excepcionales, independientes de la voluntad de las personas y de los partidos. 
Por tanto, esos cambios rápidos que experimentan las ideas y el estado de ánimo de las masas en las épocas revolucionarias no son producto de la elasticidad y movilidad de la psiquis humana, sino al revés, de su profundo conservadurismo. El atraso crónico en que se hallan las ideas y relaciones humanas con respecto a las nuevas condiciones objetivas, hasta el momento mismo en que estas se desploman catastróficamente, por decirlo así, sobre los hombres, es lo que en los períodos revolucionarios engendra ese movimiento exaltado de las ideas y las pasiones que a las mentalidades policiacas se les antoja fruto puro y simple de la actuación de los “demagogos”. Las masas no van a la revolución con un plan preconcebido de la sociedad nueva, sino con un sentimiento claro de la imposibilidad de seguir soportando la sociedad vieja. Solo el sector dirigente de cada clase tiene un programa político, programa que, sin embargo, necesita todavía ser sometido a la prueba de los acontecimientos y a la aprobación de las masas. El proceso político fundamental de una revolución consiste precisamente en que esa clase perciba los objetivos que se desprenden de la crisis social en que las masas se orientan de un modo activo por el método de las aproximaciones sucesivas. Las distintas etapas del proceso revolucionario, consolidadas por el desplazamiento de unos partidos por otros cada vez más extremos, señalan la presión creciente de las masas hacia la izquierda, hasta que el impulso adquirido por el movimiento tropieza con obstáculos objetivos. Entonces comienza la reacción: decepción de ciertos sectores de la clase revolucionaria, difusión de la indiferencia y consiguiente consolidación de las posiciones adquiridas por las fuerzas contrarrevolucionarias. Tal es, al menos, el esquema de las revoluciones tradicionales.

León Trotsky. 1920. Comandante del Ejército Rojo

Solo estudiando los procesos políticos sobre las propias masas se alcanza a comprender el papel de los partidos y los líderes que en modo alguno queremos negar. Son un elemento, si no independiente, sí muy importante, de este proceso. Sin una organización dirigente, la energía de las masas se disiparía, como se disipa el vapor no contenido en una caldera. Pero sea como fuere, lo que impulsa el movimiento no es la caldera ni el pistón, sino el vapor. 
Son evidentes las dificultades con que tropieza quien quiere estudiar los cambios experimentados por la conciencia de las masas en épocas de revolución. Las clases oprimidas crean la historia en las fábricas, en los cuarteles, en los campos, en las calles de la ciudad. Pero no acostumbran a ponerla por escrito. Los períodos de tensión máxima de las pasiones sociales dejan, en general, poco margen para la contemplación y el relato. Mientras dura la revolución, todas las musas, incluso esa musa plebeya del periodismo, tan robusta, la pasan mal. A pesar de esto, la situación del historiador no es desesperada, ni mucho menos. Los apuntes escritos son incompletos, andan sueltos y desperdigados. Pero, puestos a la luz de los acontecimientos, estos testimonios fragmentarios permiten muchas veces adivinar la dirección y el ritmo del proceso histórico. Mal o bien, los partidos revolucionarios fundan su técnica en la observación de los cambios experimentados por la conciencia de las masas. La senda histórica del bolchevismo demuestra que esta observación, al menos en sus rasgos más salientes, es perfectamente factible. ¿Por qué lo accesible al político revolucionario en el torbellino de la lucha no ha de serlo también retrospectivamente al historiador? 
Sin embargo, los procesos que se desarrollan en la conciencia de las masas no son nunca autónomos ni independientes. Pese a los idealistas y a los eclécticos, la conciencia se halla determinada por la existencia. Los supuestos sobre los que surgen la Revolución de Febrero y su suplantación por la de Octubre tienen necesariamente que estar determinados por las condiciones históricas en que se formó Rusia, por su economía, sus clases, su Estado, por las influencias ejercidas sobre ella por otros países. Y cuanto más enigmático nos parezca el hecho de que un país atrasado fuera el primero en elevar al poder al proletariado, más tenemos que buscar la explicación de este hecho en las características de ese país, o sea en lo que lo diferencia de los demás.

V. I. Lenin y León Trotsky. 1921. Con soldados en Petrogrado

En los primeros capítulos del presente libro esbozamos en forma rápida la evolución de la sociedad rusa y de sus fuerzas intrínsecas, acusando de este modo las peculiaridades históricas de Rusia y su peso específico. Confiamos en que el esquematismo de esas páginas no asustará al lector. Más adelante, conforme siga leyendo, verá a esas mismas fuerzas sociales vivir y actuar. 
Este trabajo no está basado en los recuerdos personales de su autor. El hecho de que éste participara en los acontecimientos no lo exime del deber de basar su estudio en documentos rigurosamente comprobados. El autor habla de sí mismo allí donde la marcha de los acontecimientos lo obliga a hacerlo, pero siempre en tercera persona. Y no por razones de estilo simplemente, sino porque el tono subjetivo que en las autobiografías y en las memorias es inevitable sería inadmisible en un trabajo de índole histórica.
Sin embargo, la circunstancia de haber intervenido en persona en la lucha permite al autor, naturalmente, penetrar mejor, no solo en la psicología de las fuerzas actuantes, las individuales y las colectivas, sino también en la concatenación interna de los acontecimientos. Mas para que esta ventaja dé resultados positivos, precisa observar una condición, a saber: no fiarse de los datos de la propia memoria, y esto no solo en los detalles, sino también en lo que respecta a los motivos y a los estados de espíritu. El autor cree haber guardado este requisito en cuanto de él dependía. 
Todavía hemos de decir dos palabras acerca de la posición política del autor, que, en función de historiador, sigue adoptando el mismo punto de vista que adoptaba en función de militante ante los acontecimientos que relata. El lector no está obligado, naturalmente, a compartir las opiniones políticas del autor, que este, por su parte, no tiene tampoco por qué ocultar. Pero sí tiene derecho a exigir de un trabajo histórico que no sea la apología de una posición política determinada, sino una exposición, internamente razonada, del proceso real y verdadero de la revolución. Un trabajo histórico solo cumple del todo con su misión cuando en sus páginas los acontecimientos se desarrollan con toda la fuerza de su naturalidad. 
¿Más tiene esto algo que ver con la que llaman “imparcialidad” histórica? Nadie nos ha explicado todavía con claridad en qué consiste esa imparcialidad. El tan citado dicho de Clemenceau de que las revoluciones hay que tomarlas “en bloc”, como un todo, es, en el mejor de los casos, un ingenioso subterfugio: ¿cómo es posible tomar como un todo orgánico aquello que tiene su esencia en la escisión? Ese aforismo se lo dicta a Clemenceau, por una parte, la perplejidad producida en este por el excesivo arrojo de sus antepasados, y, por otra, la confusión en que se halla el descendiente ante sus sombras. 
Uno de los historiadores reaccionarios y, por tanto, más de moda en la Francia contemporánea, L. Madelein, que ha calumniado con palabras tan elegantes a la Gran Revolución, que vale tanto como decir a la progenitora de la nación francesa, afirma que “el historiador debe colocarse en lo alto de las murallas de la ciudad sitiada, abrazando con su mirada a sitiados y sitiadores”; es, según él, la única manera de conseguir una “justicia conmutativa”. Sin embargo, los trabajos de este historiador demuestran que, si él se subió a lo alto de las murallas que separan a los dos bandos, fue, pura y simplemente, para servir de espía a la reacción. Y menos mal que en este caso se trata de batallas pasadas, pues en épocas de revolución es un poco peligroso asomar la cabeza sobre las murallas. Claro está que, en los momentos peligrosos, estos sacerdotes de la “justicia conmutativa” suelen quedarse sentados en casa esperando ver hacia qué parte se inclina la victoria.

León Trotsky. Con soldados del Ejército Rojo

El lector serio y crítico no necesita de esa solapada imparcialidad que le brinda la copa de la conciliación llena de restos de veneno reaccionario, sino de la metódica escrupulosidad, que por sus simpatías y antipatías –abiertas y no disfrazadas– busca apoyo en un honesto estudio de los hechos, una determinación de sus conexiones reales, una exposición de las leyes causales de su movimiento. Esta es la única objetividad histórica que cabe, y con ella basta, pues se halla contrastada y confirmada, no por las buenas intenciones del historiador, de las que él mismo responde, sino por las leyes que rigen el proceso histórico y que él se limita a revelar. 
Para escribir este libro nos han servido de fuentes numerosas publicaciones periódicas, diarios y revistas, memorias, actas y otros materiales, en parte manuscritos y, principalmente, los trabajos editados por el Instituto para la Historia de la Revolución en Moscú y Leningrado. Nos ha parecido superfluo indicar en el texto las diversas fuentes, ya que con ello no haríamos más que estorbar la lectura. Entre las antologías de trabajos históricos hemos manejado muy en particular los dos tomos de los Apuntes para la Historia de la Revolución de Octubre (Moscú-Leningrado, 1927). Escritos por distintos autores, los trabajos monográficos que forman estos dos tomos no tienen todos el mismo valor, pero contienen, desde luego, abundante material de hechos. 
Cronológicamente nos guiamos en todas las fechas por el viejo calendario, rezagado en trece fechas, como se sabe, respecto del que regía en el resto del mundo y que hoy rige también en los soviets. El autor no tenía más remedio que atenerse al calendario que estaba en vigencia durante la revolución. Ningún trabajo le hubiera costado, naturalmente, trasponer las fechas según el cómputo moderno. Pero esta operación, eliminando unas dificultades, habría creado otras de mayor importancia. El derrumbamiento de la monarquía pasó a la historia con el nombre de Revolución de Febrero. Sin embargo, computando la fecha por el calendario occidental, ocurrió en marzo. La manifestación armada que se organizó contra la política imperialista del Gobierno Provisional figura en la historia con el nombre de “Jornadas de Abril”, siendo así que, según el cómputo europeo, tuvo lugar en mayo. Sin detenernos en otros acontecimientos y fechas intermedias, haremos notar, finalmente, que la Revolución de Octubre se produjo, según el calendario europeo, en noviembre. Como vemos, ni el propio calendario se puede librar del sello que estampan en él los acontecimientos de la Historia, y al historiador no le es dado corregir las fechas históricas con ayuda de simples operaciones aritméticas. Tenga en cuenta el lector que antes de derrocar el calendario bizantino, la revolución hubo de derrocar las instituciones que a él se aferraban.

L. Trotsky 
Prinkipo