Sandro Botticelli. Nacimiento de Venus.1484. Temple sobre lienzo. 278,5 cm × 172,5 cm. Galería Uffizi, Florencia.
Hermosillo Sonora, Diciembre 21 de 2015.
De acuerdo
con Adolfo Sánchez Vázquez (1992), son las condiciones materiales de vida y la
producción material las que determinan los elementos de la producción
artística, la percepción estética de los movimientos o estilos artísticos, así
como la comprensión de la realidad, la obra artística y su categorización
estética.
El dominio
que ejerce el hombre sobre la naturaleza y su comprensión cada vez más profunda
y precisa de la realidad le da elementos para percibir y definir
intelectualmente determinadas situaciones, en este caso el objeto artístico, su
producción y consumo considerando las diferentes percepciones del creador como
del sujeto que lo percibe; la definición, caracterización y categorización de
la obra de arte como un objeto estético implica el desarrollo de la conciencia
así como de la capacidad sensible del individuo.
En este
sentido, la definición de las categorías
estéticas, según Sánchez Vázquez, plantea “determinaciones generales y
esenciales del universo real que llamamos estético.” (1992: 145) Se trata de
categorías históricas que surgen en el ámbitos de las relaciones sociales, las
cuales las determinan y que, de acuerdo con periódico histórico, denotan
ciertos rasgos o características de aquello que llamamos estético. Es decir, la
belleza, considerada la categoría emblemática de la estética, no siempre ha
conservado la misma definición en la historia de la humanidad, pues su
percepción se modifica de lugar en lugar y de tiempo en tiempo; lo mismo ocurre
con las demás categorías, como lo feo, lo grotesco, lo cómico, lo sublime o lo
trágico.
Durante el
Renacimiento la Belleza verdadera
radica en el Ser Supremo, la realidad sensible y las creaciones del ser humano,
en lo posible deben buscar la semejanza con la Creación. El equilibrio, la
armonía y todo aquello que sea agradable a la vista, y al espíritu, era
considerado como característico de lo bello, por ello el estudio acucioso de la
naturaleza y la construcción de cánones que la aproximaran a la obra del
Creador. Esta última, precisamente, se concebía como reflejo de lo Sublime; tal
categoría, definida en la antigüedad griega, caracteriza, se puede decir, a la
belleza extrema, a la que escapa a la comprensión racional, pero que siendo
virtuoso el ser humano puede aspirar a acercarse al patrón divino.
Miguel Ángel Buonarroti. Siete caricaturas. 1515.
Plumilla y tinta sepia sobre papel banco. 180 x 120 mm. Academia de Venecia.
Lo feo, e
incluso lo grotesco, encuentran su definición en relación con la categoría de
lo bello. Los artistas renacentistas concentrados en la recreación de lo bello
no dejan de percibir en la naturaleza ejemplos alejados de esta condición, pero
su representación, sin dejar de destacar las características de esa realidad,
se integran en composiciones donde la armonía y el equilibrio, además del
dominio de los medios con los que se ejecutan las obras hacen que los aspectos
desagradables o desfavorables pasen a un segundo término, incluso cuando la
narrativa o la finalidad de la obra justifica su empleo.
En este
caso, cabría recordar los estudios de Leonardo de las “Cabezas grotescas” donde
aparecen cinco estudios de ancianos con una fisonomía que pudiera resultar
desagradable, pero que debido a la composición, la calidad del dibujo y el
empleo del canon anatómico llevan a quien las observa a reflexionar acerca de
la manufactura de la obra e incluso en las manifestaciones del “espíritu” de
cada uno de los dibujados como ejemplo de la naturaleza humana.
De igual manera se puede analizar el mural de Miguel Ángel, El Juicio Final, cuya majestuosidad y temática se impone al
espectador: nos acerca al momento en que el hombre se reencuentra con Dios para
la decisión sobre su destino final: tan terrible es su significado que la misma
Madre de Cristo se voltea para no ver el destino de los condenados, el
sufrimiento de los mártires y la lucha entre el bien y el mal. Incluso, la
manera que Miguel Ángel se pinta a sí mismo nos aleja de la percepción que se
tiene de lo bello: desollado, es sólo un despojo humano, reflejo de la
fragilidad de la vida terrena y del conflicto al que el ser humano está sujeto
permanentemente en razón de la tentación del pecado.
Miguel Ángel Buonarroti. El Juicio Final. 1537-1541. Fresco, 13,70 x 12,20 m. Capilla Sixtina.
Adolfo
Sánchez Vázquez considera que en el Renacimiento se reivindicó la apariencia
sensible aunque de manera espiritualizada; si bien, es en el Barroco donde se
lleva a los extremos la belleza del cuerpo humano, particularmente en lo que
hace a la anatomía de la mujer, que dejando de lado el interés por los cánones
clásicos y en un segundo plano cualquier significación espiritual, se centra en
lo corpóreo y lo que el carácter del personaje retratado pudiera expresar. Al
respecto este filósofo señala que “…el apogeo de lo corpóreo está en el ideal
de la belleza femenina que, en el barroco, encarnan las mujeres robustas y
frondosas de Las tres gracias de
Rubens. Vemos, pues, que cambian los ideales de belleza y con ellos, en unidad
indisoluble, ciertos esquemas formales y el significado vital inherente a
ellos. Estos cambios históricos de lo que, en una época o sociedad dada, se
tienen por bellos no son por supuesto casuales. Tiene que ver con los cambios
que se operan en el conjunto de ideas, valores o actitudes en esa época o
sociedad…” (Sánchez Vázquez, 1992: 180)
Michelangelo Merisi da Caravaggio. Los discípulos de Emaús. 1606. Oleo sobre lienzo. 141 × 175 cm.
Pinacoteca de Brera. Milán, Italia.
Esto se
observa, por ejemplo, en la obra de Caravaggio, para quien “lo importante es
la materia, con el volumen lleno de la vida revelada con su bulto y forma por
la luz. El asunto es lo de menos. Caravaggio decía que cabe la misma
espiritualidad en un cesto con frutas que en una escena piadosa. Esto explica
que no tuviera en cuenta los precedentes tradicionales del cuadro destinado a
servir de altar.” (Pijoán,
1957b: 14) Se da pues relevancia a lo material, a lo que la realidad presenta a
nuestra vista: ¡cuál gracia encontramos en los cuerpos rollizos y evidentemente
llenos de celulitis de las “Gracias” del cuadro de Rubens!
Peter Paul Rubens. Las tres Gracias. Óleo sobre tela. 221 x 181 cm. Museo del Prado de Madrid, España.
Con
Bernini, decían sus admiradores, la piedra se volvió carne, los cuerpos
estáticos elaborados bajo patrones ortodoxos se tornan dinámicos, expresivos,
como es la misma realidad; la vitalidad de las esculturas de Bernini es
palpable, producto de su alta capacidad como artista plástico y de la
concepción que en su tiempo él alimentará en el sentido de que el mármol imite
la realidad que el artista observa al elaborar sus esculturas. El dinamismo y
vitalidad de la obra de este escultor italiano es evidente cuando se compara su
David con aquel que esculpió Miguel
Ángel.
Gian Lorenzo Bernini. David. 1623-1624. Mármol. 170 cm. Galería Borghese, Roma, Italia.
"Ciertamente
en el siglo XVII la fealdad ya había entrado en el arte de la mano de tres
grandes pintores: Velázquez, Rembrandt y Ribera. Y entra con su propio ser, sin
convertirse en su opuesto: lo bello. Así entran en sus cuadros los bufones,
monstruos, mendigos, idiotas o borrachos de Velázquez; el buey desollado o la
caza colgada de Rembrandt, o los santos martirizados, los viejos decrépitos o
la monstruosa mujer babada de Rivera.” (Sánchez Vázquez, 1992: 194) La
percepción estética cambió en el Barroco en comparación con las percepciones del
Renacimiento. Lo sublime, por ejemplo, se exponencia durante el Barroco, toda
vez que los artistas deben representar los contactos milagrosos de los santos
con Dios; de allí la importancia de la teatralidad en las composiciones de
estos artistas, y del contraste de luces y sombras para dar intensidad al
momento que se ha pintado o esculpido.
Diego Velázquez. El triunfo de Baco o Los borrachos. 1628-1629.
Oleo sobre lienzo. 165 x 225 cm. Museo del Prado, Madrid, España.
José de Ribera. El martirio de San Felipe. 1639.
Óleo sobre lienzo. 234 × 234 cm. Museo del Prado, Madrid, España.
Rembrandt Harmenszoon van Rijn. Autorretrato como Zeuxis. c.1662.
Óleo sobre tela. 82.5 x 65 cm. Museo Wallraf-Richartz, Colonia, Alemania.
Por
ejemplo, El éxtasis de Santa Teresa una de las obras más celebradas de Bernini,
recupera el momento preciso en que la religiosa encuentra su glorificación; más
allá del acto devocional, la escultura muestra a una mujer que da la sensación
de gozo erótico por el momento que está viviendo. Al respecto, José Pijoán
reconoce que “Fue Bernini, con
su lección, quien hizo encontrar buenos los excesos barrocos.” (Pijoán, 1957a:
36); y se agrega que el escultor decidió representar “…para la glorificación de la
santa la escena de su «desmayo dichoso», de la «muerte que da vida» (…) Bernini
prefirió representarla como monjita, pasmada, los ojos entornados, apenas
respirando. ¡Con un poco más la muerte! Lo que les interesaba a los italianos
no eran sus fundaciones ni doctrinas místicas, sino el milagro del estigma
excepcional.” (Ibíd., 47)
Gian Lorenzo Bernini. El Éxtasis de Santa Teresa.1647 y 1651.
Mármol. 351 cm. Iglesia de Santa María de la Victoria, Roma, Italia.
El
Renacimiento y el Barroco son importantes movimientos culturales originados en
Europa occidental que luego se propagaron a otras regiones del mundo. El estilo
que cada uno definió marcó las pautas estéticas de su época, sin embargo en
nuestro tiempo aún son objeto de estudio y ejemplo en la creación artística.
Como
productos intelectuales, las categorías estéticas son reflejo de las
condiciones históricas y materiales en las que se definen. Los objetos
estéticos cambian así como la comprensión que de ellos tenemos. Son producto de
una conciencia histórica social e individual, tal como lo son las expresiones
artísticas que se constituyen como objeto de su reflexión.
La labor
del artista implica, a su vez, su propia transformación. El conocimiento,
técnicas y valores son fundamentales en su proceso creativo. Atrás de la
representación de la figura humana o de la expresión abstracta de la realidad
subyace una visión filosófica o teórica que la explica, tanto en la perspectiva
de los creadores como de los espectadores del arte. En ese sentido, el contexto
histórico y social es un referente imprescindible para entender la obra de arte
y su categorización estética.
Fruto de
la modernidad, los estilos estéticos del Renacimiento y el Barroco siguen
definiendo pautas en el mundo de lo postmoderno. Son referentes en la reflexión
estética como en la formación académica. También son motivo de admiración en
las salas de los museos donde se exhiben obras de estos periodos. Y aunque con
nuevas percepciones y de la realidad y el uso de nuevos medios y esquemas de
expresión, el arte representacional es cultivado por artistas realistas e
hiperrealistas en el significativo, diverso e individualizado espectro del
ámbito artístico.
Referencias
Pijoán, José, 1957a. “Bernini”. Tomo XVI: Arte Barroco en Francia, Italia y
Alemania. 1957. PP. 35-52. En SUMMA
ARTIS. Historia general del Arte. Antología. Selección de textos de Miguel
Cabañas Bravo. Tomo VII. Arte de los Siglos XVII y XVIII en Europa. Madrid:
Espasa Calpe. 2004.
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1957b. “Caravaggio”. Tomo XVI: Arte
Barroco en Francia, Italia y Alemania. 1957. PP. 9-34. En SUMMA ARTIS. Historia general del Arte.
Antología. Selección de textos de Miguel Cabañas Bravo. Tomo VII. Arte de los
Siglos XVII y XVIII en Europa. Madrid: Espasa Calpe. 2004.
Sánchez Vásquez, Adolfo, 1992. Invitación a la Estética. Colección
Tratados y Manuales. México: Editorial Grijalbo.
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