viernes, 8 de junio de 2018

Estado, administración pública y marxismo

Karl Marx. 1875

Hermosillo, Sonora a 8 de junio de 2018.  

 
Presentación
 
El marxismo, apareció a mediados del Siglo XIX como concepción del mundo de la clase obrera; a partir de ese momento, este sistema de conocimiento se difundió a todo el mundo y su aplicación se extendió a todos los campos del conocimiento humano.
 
En el campo disciplinario de la Administración Pública, conceptos fundamentales como el de Estado y administración pública (su objeto de estudio), desde la perspectiva del marxismo, han formado parte de la profunda comprensión histórica de las contrataciones de la sociedad capitalista y los mecanismos que articulan la institución estatal y su acción organizada -la administración pública-, participando como componentes principales de la sujeción de la Sociedad a una clase dominante.
 
Teniendo como base el materialismo histórico y dialéctico, el propósito de este trabajo es reflexionar acerca de estos conceptos básicos en la concepción de la superestructura de la sociedad, en los que se conjugan principios de orden político, jurídico, ideológico, y que concretan acciones de naturaleza administrativa, económica y de dominio político.
 
El marxismo es una ciencia social sustentada en el movimiento; la dialéctica marxista constantemente se nutre y refuerza de las condiciones de vida material del hombre. Así, como su objeto de estudio, el Capitalismo, de manera ingeniosa se ha venido adecuando a las nuevas realidades que le presenta la globalización. De esta suerte, el sistema ha redefinido papeles y formas de manifestación y expresión de los actores que le dan vida. El Estado nación fue replanteado, reducido por el neoliberalismo, pero activo en las crisis del sistema y diligente agente promotor de las alianzas y acuerdos internacionales necesarios para la reproducción del capital.
 
Además, en este trabajo se reflexiona acerca de las nuevas formas de regulación del sistema capitalista durante la vigencia del neoliberalismo, y acerca del papel del Estado y su gobierno como garante de un nuevo orden social y de un esquema alternativo de acumulación de capital, en el que las clases dominantes se reagruparon sobre la idea de la preeminencia del mercado, y nuevas formas de comportamiento en donde se privilegió el individualismo y el consumo globalizado.
 
 
El materialismo histórico y dialéctico
 
Karl Heinrich Marx nació en Tréveris el 5 de mayo de 1818. En la parte final de la biografía del científico alemán escrita por Franz Mehring, el autor relató su muerte: «El desenlace fue inesperado. Carlos Marx se durmió para siempre en su sillón, dulcemente y sin dolores, el 14 de marzo de 1883.» (Mehring, 2013: 562)
 
Marx se matriculó en la Universidad de Berlín en 1836, cursando los estudios de Jurisprudencia como una disciplina secundaria de la Historia y la Filosofía. En ese ambiente se introdujo en la filosofía hegeliana, la cual era considerada la filosofía oficial del Estado prusiano y argumento base de la burocracia de ese país para sofocar cualquier intento de alteración del orden existente.
 
En este sistema propuesto por la filosofía de Hegel se considera que todo está en constante cambio, fluyendo y transformándose sin cesar, por lo que la estabilidad reconocida al Estado, aun siendo la idea moral, la razón absoluta y el fin absoluto en sí mismo, entra en contradicción con el permanente pulsar de una sociedad dividida por los intereses de las clases sociales que la integran. Bien sabía Hegel que el ejercicio de la estructura gubernamental y la aplicación del derecho en un sistema moderno de representación constitucional representan los instrumentos garantes del equilibrio que el Estado brinda al conflicto de clases.
 
Universidad de Jena
 
Con la tesis Diferencia entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y la de Epicuro, en abril de 1841 Marx alcanzó el grado de doctor por la Universidad de Jena. Marx, sin embargo, continuó con sus estudios acerca del Estado hegeliano, diferenciándose de su maestro intelectual al oponer al ideal del Estado la realidad del gran aparato de gobierno al que se someten los ciudadanos mediante la aplicación de las leyes, pero bajo el cual, las leyes naturales de la razón humana pretenden la realización de la libertad jurídica, política y moral.
 
En marzo de 1843 fue publicado un ensayo de Marx sobre la censura en Alemania, una antología llamada Anécdota de la novísima filosofía y publicística alemana; en ese mismo documento se dio a conocer el trabajo Tesis provisionales para una reforma de la filosofía de Ludwig Feuerbach. Según Mehring (2013: 75-77), la falta de respuesta de la filosofía de Hegel a los problemas de la vida material, paulatinamente habría de encontrar argumentos en las tesis de Feuerbach, al colocar al filósofo identificado con la vida y el hombre. Como crítica a la filosofía de Hegel, Marx asume la idea de que el Estado ya no es la clave del proceso histórico, sino que lo es la sociedad.
 
El estudio que hizo Marx de la Revolución francesa y su acercamiento a los trabajos de David Ricardo le permitieron comprender la dinámica de la lucha de clases ya no sólo desde una perspectiva teórica como se expresa en la filosofía hegeliana, sino desde una óptica material, tanto política como se desprende de los sucesos de la Francia revolucionaria, como en su dimensión económica, tal como lo analizaban los economistas clásicos burgueses.
 
El marxismo nos ofrece una profunda comprensión histórica de las contradicciones de la sociedad capitalista. La pretensión de Marx fue otorgar una explicación científica del desarrollo del mundo, mediante la caracterización objetiva de los mecanismos de su transformación.
 
Años después, en 1859, en el prólogo de su obra Contribución a la crítica de la Económica Política, Marx resumió la esencia de su explicación al desarrollo histórico de la sociedad, con la cual daba respuesta crítica a los argumentos de la filosofía del Derecho de Hegel:
«En la producción social de su existencia, los hombres establecen determinadas relaciones, necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a un determinado estadio evolutivo de sus fuerzas productivas materiales. La totalidad de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se alza un edificio [Uberbau] jurídico y político y a la cual corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material determina [bedingen] el proceso de la vida social, político e intelectual en general. No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia. En un estadio determinado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, -lo cual sólo constituye una expresión jurídica de lo mismo- con las relaciones de producción dentro de las cuales se habían estado moviendo hasta ese momento. Esas relaciones se transforman de formas de desarrollo de las fuerzas productivas en ataduras de las mismas. Se inicia entonces una época de revolución social. Con la modificación del fundamento económico, todo ese edificio descomunal se trastoca con mayor o menor rapidez. Al considerar esta clase de trastocamientos, siempre es menester distinguir entre el trastocamiento material de las condiciones económicas de producción, fielmente comprobables desde el punto de vista de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas; en suma, ideológicas, dentro de las cuales los hombres cobran conciencia de este conflicto y lo dirimen. Así como no se juzga a un individuo de acuerdo a lo que éste cree ser, tampoco es posible juzgar época semejante de revolución a partir de su propia conciencia, sino que, por el contrario, se debe explicar esta conciencia a partir de las contradicciones de la vida material, a partir del conflicto existente entre fuerzas sociales productivas y relaciones de producción. Una formación social jamás perece hasta tano no se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas para las cuales resulta ampliamente suficiente, y jamás ocupan su lugar relaciones de producción nuevas y superiores antes de que las condiciones de existencia de las mismas no hayan sido incubadas en el seno de la propia antigua sociedad.» (Marx, 2008: 4 y 5)
 
 
Contribución a la crítica de la Económica Política. Portada

El materialismo histórico y dialéctico concibe la historia de la sociedad como la historia de la lucha de clases. En el Manifiesto del Partido Comunista, Marx y Engels (s/f: 30-43) reconocieron que, al interior de cualquier sistema de producción históricamente determinado, se encuentran grupos sociales que se entrelazan en relaciones de producción necesarias para la producción y reproducción de las condiciones materiales de vida.
 
En aquellas sociedades donde el modo de producción presenta la separación de los propietarios de los medios de producción y los productores directos, donde existen relaciones de explotación, se observa la presencia de grupos sociales antagónicos, esclavos y amos, siervos y señores feudales, obreros y patrones, los cuales se diferencian por su posición en los procesos de transformación de la vida material. Al respecto, Lenin argumentó que esta división social en clases está determinada por:
«…el lugar que ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado por las relaciones en que se encuentran con respecto a los medios de producción (relaciones que en gran parte quedan establecidas y formuladas en las leyes), por el papel que desempeñan en la organización social del trabajo, y, consiguientemente, por el modo y la proporción en que reciben la parte de la riqueza social de que disponen. Las clases son grupos humanos, uno de los cuales puede apropiarse el trabajo del otro por ocupar puestos diferentes en un régimen determinado de economía social.» (Lenin, 1976: 87)
 
Las clases sociales se asumen como grupos diferenciados entre sí, los cuales generan formas de vida y expectativas de desarrollo también diferenciadas; su situación de clase, determinada por su ubicación en el proceso de producción social, les confiere determinar, en última instancia, las caracterizaciones superestructurales de su papel social. La condición histórico material a la que queda sujeta su situación de clase, especifica, por otro lado, los requisitos que van cubriéndose para posibilitar las diversas etapas de su desarrollo: cada clase social puede actuar sobre la estructura social, sin embargo, el grado de desarrollo de las fuerzas productivas condicionará la posibilidad de su actuación. De esta manera, se concibe que la clase obrera puede, dada su situación de clase, ser la fuerza que mueva a la sociedad a un estadio superior, pero cualquier cambio estructural que pretenda ha de ir acompañado del debilitamiento de las estructuras que conllevan y que a la vez soportan a la clase capitalista, en contraposición de un fortalecimiento de la socialización de la producción, es decir, aprovechar un determinado desarrollo de las fuerzas productivas.
 
El antagonismo de las clases sociales es materia fundamental en toda la explicación marxista del desarrollo social, así, cuando Marx estudia la sociedad capitalista en El Capital, nos ofrece con gran detalle la contradicción social que se expresa en la vinculación del capital y el trabajo, en la relación del capitalista con el obrero:
«El proceso capitalista de producción reproduce, por tanto, en virtud de su propio desarrollo, el divorcio entre la fuerza de trabajo y las condiciones de explotación del obrero. Le obliga constantemente a vender su fuerza de trabajo para poder vivir y permite constantemente al capitalista comprársela para enriquecerse. (…) el proceso capitalista de producción, enfocado en conjunto o como proceso de reproducción, no produce solamente plusvalía, sino que produce y reproduce el mismo régimen del capital: de una parte, el capitalista y de la otra al obrero asalariado
…Conforme disminuye progresivamente el número de migrantes capitalistas que usurpan y monopolizan este proceso de transformación, crece la masa de la miseria, de la opresión, del esclavizamiento, de la degeneración, de la explotación; pero crece también la rebeldía de la clase obrera, cada vez más numerosa y más disciplinada, más unida y más organizada por el mecanismo del mismo proceso capitalista de producción.» (Marx, 1976: 486, 487 y 648) 
 
La diferenciación de la sociedad en clases, determina, entonces, que las variadas manifestaciones de sus intereses las coloquen en situación opuesta, donde los beneficios de una clase significan el deterioro de la otra.
 
Este enfrentamiento de las clases antagónicas es lo que caracteriza a la lucha de clases; la solución de dicha lucha implica el sometimiento de una clase por otra. El análisis complejo de la lucha de clases, encuentra la visión más completa del pensamiento de Marx en el análisis que hace en: Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, y La Guerra Civil en Francia, desde una perspectiva política, y, por supuesto, en El Capital, obra fundamental de su análisis económico. 
 
El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. Portada


Estado y administración pública

En el análisis marxista, la existencia de las clases sociales significa que la división social del trabajo ha llegado a un nivel determinado de desarrollo que propicia la presencia de éstas en la sociedad; significa, además, que en ésta se ha originado una contradicción, donde un grupo social utiliza el trabajo de otro para poder reproducirse a sí mismo, como al sistema social que representan. Con la existencia de las clases sociales, surge la necesidad, por parte de la clase dominante, de formular y crear diversos instrumentos que puedan mantener su situación de predominio sobre el resto de los grupos sociales subordinados.
 
Como producto de la sociedad escindida en clases, el Estado surge como la fuerza necesaria para congeniar los intereses respectivos de cada una: el Estado da testimonio de la afirmación de los intereses de cada clase y de la oposición existente entre esos intereses. El Estado representa la “camisa de fuerza” de la sociedad; surge con el objetivo de ordenar a la sociedad dividida por los antagonismos de las clases sociales, a dar solución al conflicto a fin de que éstas no se destruyan entre sí.
 
La existencia del Estado tiene un momento histórico de ser. El Estado no ha existido siempre. De su origen Engels nos dice:  
«... el Estado no es de ningún modo un poder impuesto desde fuera de la sociedad; tampoco es “la realidad de la idea moral”, “ni la imagen y la realidad de la razón”, como afirma Hegel, es más bien un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo determinado; es la confesión de que esa sociedad se ha enredado en una irremediable contradicción consigo misma y está dividida por antagonismos irreconciliables, que es impotente para conjurar pero a fin de una estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna no se devoren a sí mismas y no consuman a la sociedad en una lucha estéril, se hace necesario un poder situado aparentemente por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el choque, a mantenerlo en los límites del “orden”, y ese poder nacido de la sociedad, pero que se pone por encima de ella y se divorcia de ella más y más, es el Estado.» (Engels, 1977: 196)

Marx desarrolló su teoría del Estado a partir del estudio crítico del sistema capitalista, planteando esencialmente a la lucha de clases como necesaria para el desarrollo de las sociedades clasistas, pero entendiendo que el Estado y la lucha de clases se prolongan al periodo de transición hacia el comunismo, en donde la dictadura del proletariado es necesaria para poder orientar el cambio de la sociedad. Son las tareas del proletariado las que transformarán las viejas relaciones de explotación, y para ello, se ha de valer de un nuevo Estado, antítesis del Estado capitalista, a través del cual el pueblo asuma el gobierno orientado, como tarea fundamental, a acabar con la explotación del pueblo.

Lenin resume esta tradición marxista en su obra Acerca del Estado, en donde plantea la posición de los revolucionarios de octubre al decir que:
«Rechazaremos todos los viejos prejuicios de que el Estado es la igualdad para todos, pues esto es un engaño: mientras exista la explotación, no pude haber igualdad. El terrateniente no puede ser igual al obrero, el hambriento no puede ser igual al harto. Esa máquina, llamada Estado, ante la cual la gente se detiene con respeto supersticioso, dando fe a los viejos cuentos de que es el poder de todo el pueblo, el proletariado la rechaza, diciendo que es una mentira burguesa. Nosotros arrebatamos esta máquina a los capitalistas y nos apropiamos de ella. Con esta máquina o garrote destruiremos toda explotación; y cuando en el mundo no haya quedado la posibilidad de explotar, no hayan quedado más propietarios de tierra y de fábricas, no ocurra que unos se hartan mientras otros padecen de hambre, solamente cuando esto ya no sea posible arrojaremos esta máquina al montón de la chatarra. Entonces no habrá Estado y no habrá explotación.» (Lenin, 1979: 273)

Entender a la administración pública a partir del enfoque marxista, a través del materialismo histórico y dialéctico, lleva a reconocer, en primera instancia, la esencia clasista del Estado, de ser éste un instrumento de dominación de una clase sobre otra. Así, como reproductor de las relaciones sociales de producción dominantes, que favorecen a las clases que detentan el poder económico (y éste puede coincidir con el ejercicio del poder político), el Estado necesita materializar su acción, apoyarse en estructuras que le den vida, que puedan cristalizar su servicio a los intereses de aquellos a quienes les debe su origen: surgen, entonces, aparatos de coerción como cárceles y ejércitos, pero a la vez, también se revela en el horizonte el orden de una acción administrativa, la cual decide sobre asuntos públicos, definiendo su autoridad para someter el interés particular en función de favorecer al interés general.
 
Esto pudiera entenderse como un comportamiento neutral de la acción administrativa del Estado, sin embargo, el aparato administrativo del Estado constituye una realidad material histórica, y es susceptible de ser entendida a partir del papel que juega en la sociedad: de esta manera, se observa que, entre la sociedad civil y el poder político del Estado, queda inserta la administración pública, como instrumento del segundo y mediador ante las clases sociales que componen a la primera.
 
Como instrumento del Estado, se convierte en su medio de acción, en el instrumento por medio del cual se toman las decisiones para coordinar y subordinar a las clases sociales dominadas; no es, por lo tanto, un aparato neutral, sino que, por el contrario, la administración pública, como acción del Estado refleja su posición clasista, promoviendo con su apoyo administrativo y político la reproducción y mantenimiento de las relaciones sociales que históricamente le son propicias, las de dominación clasista.
 
Manifiesto del Partido Comunista. Portada
 
Lorenz Von Stein (1981), contemporáneo de Marx, y, como él, cultivador de la filosofía hegeliana, en 1846 reflexionando sobre los movimientos sociales reconoció que la acción o actividad del Estado tiene lugar en los órganos estatales, la cual constituye la vida exterior del Estado, y a la que se llama administración del Estado, la administración pública. A ésta le tocará según Von Stein fomentar con el respaldo de los recursos estatales el desarrollo de todos los individuos, si bien, reconoce, que asume un papel político relevante como conciliador en el conflicto de clases, y frente al interés de dominio que sobre ella ejerza la clase dominante.
 
Para el marxismo, lo que en su expresión fenoménica pudiera ser una actitud neutral, de representación del interés público por parte de la administración pública es en realidad el reflejo de la contradicción de clases sociales que ocurre en la sociedad. La administración pública aparece con el objeto e ordenar y coordinar las fuerzas antagónicas de las clases: la administración pública es un producto de la sociedad dividida en clases y, por lo tanto, debe participar activamente en el desarrollo de las circunstancias que han permitido su existencia.
 
El Estado se vale de la fuerza bruta para imponer su autoridad, pero no siempre ésta se constituye en su único vehículo, los conflictos los intenta resolver a través de respuestas menos violentas y la administración que pueda ejercer para dirimir los conflictos de clases, ya sea mediante procesos de cooptación social o de entendimientos “razonados”, o a través de apoyos económicos, o mediante la manipulación de la información ideológica, se torna, también, en una expresión de su acción.
 
Desde el punto de vista de la división del trabajo, la función general del Estado tiene una doble expresión, primero como función técnico-administrativa, donde encontramos la presencia de órganos institucionales y de un conjunto de aspectos reglamentarios tendientes a desarrollar y coordinar las actividades del Estado; junto a ella, viene formulada la función de dominación política, la cual es la que determina el papel del Estado, y además orienta a la otra expresión.
 
Desde esta perspectiva, no se pueden concebir las actividades administrativas del Estado otorgándoles una naturaleza apolítica, su “neutralidad” no existe; cualquier norma jurídica, cualquier aparato de gobierno, tiene como objetivo reproducir las circunstancias de dominación político-económica de una clase sobre otra.
 
Ahora bien, las manifestaciones particulares de la función del Estado no son restringidas solamente al ámbito político o al económico, como lo apunta Mandel (1984: 16); también se conciben formas ideológicas de dominación a través del Estado, y dentro de cada una de estas formas, los ejemplos son muy diversos, pudiendo referirse funciones del Estado dirigidas a la institucionalización, legitimidad, consenso y legalidad, coacción social, educación y propaganda, organización colectiva y política económica, así como de relaciones exteriores.
 
Podemos comprender que se requiere un análisis histórico de las formas administrativas que asumen las acciones del Estado, aunándolo al estudio de la formación socioeconómica en que se enclava; este doble trabajo no lleva a entender la función de la administración pública que se caracteriza por el nivel de desarrollo de la unidad dialéctica de las fuerzas productivas y las relaciones de producción.
 
Al igual que Marx, Engels y Lenin, Trotsky plantea que aun cuando el Estado es reflejo de la sociedad divida en clases, éste puede ser útil para construir a la sociedad sin clases, puesto que representa un gran poder, tanto político como administrativo, el que se puede ejercer a través de él y, una vez logrado tal objetivo, el Estado y la administración pública pasarían a formar parte de la historia. En su análisis de la Revolución de Octubre y de las posibilidades que se abrían al proletariado para ejercer su domino en la economía mundial, escribió:
«Nosotros, los marxistas, sabemos bien lo que es y significa el Estado, no es precisamente una imagen pasiva de los procesos económicos, como se lo presenta de un modo fatalista los cómplices socialdemócratas del Estado Burgués. El poder público puede desempeñar un papel gigantesco, sea reaccionario o progresivo, según la clase en cuyas manos caiga, pero, a pesar de todo, el Estado será siempre un arma de orden superestructural.» (Trotsky, 1979:  31)

 
Vigencia

Después de la caída del llamado socialismo real, la campaña de desprestigio hacia ese sistema económico, los gobiernos que lo representaban y el marco teórico en que se sustentaba se extendió a tal grado que el nombre de Marx y su obra fue cuestionado como causantes del deterioro de la vida de millones de personas en el mundo, de coaccionar las libertades individuales y sociales y de la derrota de un modelo de vida inferior al capitalismo.
 
Las últimas dos décadas de fin de siglo se caracterizaron por un ambiente antimarxista. Pero esto ocurría en un contexto de auge neoliberal donde los postulados proclives a la hegemonía del mercado mundial y la retracción estatal se extendieron por el orbe.
 
La crisis financiera de 2008 dio cuenta de la periodicidad de esta condición inherente al proceso de reproducción del capital, ahora en circunstancias de una economía globalizada donde los efectos se reproducen con mayor rapidez y extensión. Esta circunstancia, apunta Tarcus (2015: 8), «…vino a recordarnos que al menos el diagnóstico crítico de Marx sobre la dinámica de expansión del capitalismo, con sus crisis periódicas y con su carga de miseria, exclusión y violencia sistémica, permanece vigente.»
 
Ante el fracaso de las políticas impulsadas para la reactivación económica, las voces de protesta se alzaron para reclamar una realidad diferente a la propuesta por el capitalismo:
«Dejemos de hacer capitalismo. Éste es el eje fundamental de nuestro salto mortal, su centro de levedad. El hacer que lanzamos en contra del trabajo es la lucha por abrir cada momento, afirmar nuestra determinación contra toda predeterminación contra todas las leyes objetivas del desarrollo. Se nos presenta un capitalismo preexistente que dictamina que debemos actuar de determinadas formas, y a esto respondemos: “No, no hay capitalismo preexistente, sólo hay el capitalismo que hacemos –o no hacemos- hoy”. Y elegimos no hacerlo. Nuestra lucha es por abrir cada momento y llenarlo con una actividad que no contribuya a la reproducción del capital. Deja de hacer el capitalismo y haz otra cosa, algo no sentido, algo hermoso y disfrutable. Dejemos de crear el sistema que nos está destruyendo. Sólo vivimos una vez: ¿por qué usar nuestro tiempo para destruir nuestra propia existencia? Seguramente, podemos hacer algo mejor con nuestras vidas.» (Holloway, 2011: 278)

El Capital. Crítica a la Economía Política. Portada

El recurso de la teoría marxista volvió a ser referencia del análisis sobre el capitalismo, la acumulación del capital, las crisis y la desigualdad social. La lectura de la obra de Marx se ha renovado, guardando distancia de la visión única promovida por los gobiernos del socialismo real, e incorporando nuevas interrogantes y perspectivas de estudio a partir de la actual realidad globalizada del capital, de las instancias supranacionales que asociadas a los Estados nacionales crean las condiciones para la reproducción del capital, del consumismo exacerbado, así como del comportamiento individualizado de los agentes económicos, por una parte, pero por otra de los graves problemas vinculados a la pobreza generalizada de la población, la desigualdad e injusticia, y los desequilibrios ambientales.
 

Años atrás se había insistido en la necesidad de trascender la idea de una teoría única, tanto del proceso de acumulación del capital como del papel del Estado. Jessop argumentó que el desarrollo de «una teoría del Estado completamente determinada, debe ser rechazada. (Ya que no es posible) …que una sola teoría pueda comprender la totalidad de sus determinaciones sin recurrir al reduccionismo de un tipo u otro.» (Jessop, 1982: 211) Por lo contrario, este análisis de las sociedades capitalistas, propone el mismo autor:

« …(a) se basa en las cualidades específicas del capitalismo como modo de producción y también permite los efectos de la articulación del CMP (capitalist mode of production) con otras relaciones del trabajo social y/o privado, (b) atribuye un papel central en el proceso de acumulación de capital a la interacción entre las fuerzas de clase, (c) establece las relaciones entre las características políticas y económicas de la sociedad sin reducirse una a la otra o tratándolos como totalmente independientes y autónomos, (d) permite diferencias históricas y nacionales en las formas y funciones del Estado en las formaciones sociales capitalistas, y (e) permite no solo la influencia de las fuerzas de clase arraigadas y/o relevante para las relaciones de producción no capitalistas pero también para las fuerzas no clasistas.» (Jessop, 1982: 221)

Durante el siglo XX se presentaron dos puntos de inflexión en los que dos crisis del sistema replantearon la estrategia de acumulación de capital y pusieron a discusión el papel del Estado y su administración como partes fundamentales de los caminos trazados en su momento.
 
El crack del año 1929 reclamó la presencia estatal más allá de su papel como Estado benefactor; adicionó a sus tareas las de un agente económico capaz de reactivar, mediante el gasto público, la demanda agregada e infundir dinamismo al resto de componentes del sistema económico. Más adelante, el Estado asumió funciones de una instancia directora del desarrollo, proponiendo cambios al andamiaje institucional y a la organización del aparato gubernamental para hacer posible este dirigismo desarrollista.
 
La propuesta Keynesiana permitió dar aliento a la acumulación capitalista mediante una activa presencia del Estado en la vida económica, como empresario y entidad dirigista del desarrollo. Los ajustes institucionales promovieron la figura estatal como rector de la vida económica, el diseño de sistemas de planeación y programación de las actividades económicas, el crecimiento del aparato estatal en áreas estratégicas para el desarrollo y de la administración pública paraestatal.
 
El segundo momento se presentó con la crisis de acumulación de la década de los setenta. Esta crisis incorporó, de manera simultánea, elementos inéditos que no se observaron en el colapso de 1929: al estancamiento económico se sumaron una inflación galopante, el alza de los precios del petróleo y un profundo endeudamiento interno y externo de los gobiernos. El tratamiento que se dio a esta emergencia fue la aplicación de una renovada retórica liberal, mediante medidas de economía neoclásica. El neoliberalismo se asumió «…como un proyecto utópico con la finalidad de realizar un diseño teórico para la reorganización del capitalismo internacional, o bien como un proyecto político para restablecer las condiciones para la acumulación del capital y restaurar el poder de las elites económicas.» (Harvey, 2007: 24)
 
El proyecto neoliberal permitió, de nuevo, revitalizar la dinámica capitalista, mediante el desmantelamiento del aparato estatal, su retracción de la actividad económica, el impulso del fenómeno globalizador de la economía, con una acelerada tendencia a la concentración de la riqueza y la ampliación de la desigualdad social. Las reformas estructurales se sumaron a los ajustes institucionales que permitieron los procesos de privatización, desregulación y descentralización.
 
Sin embargo, el desencanto y preocupación por los magros resultados del programa neoliberal, particularmente después de la crisis de 2008, han llevado a la consulta de los argumentos marxistas centrados en un humanismo comprometido socialmente colocado por encima del egoísmo individualista que mueve la acumulación del capital. Los problemas del capitalismo contemporáneo, apunta Streeck, resultan de la presencia de los tres jinetes apocalípticos que lo caracterizan «-estancamiento, deuda, desigualdad– (los cuales) siguen devastando el panorama económico y político» (Streeck,2017: 33), y que, en las sociedades menos desarrolladas producen estragos asociados a las graves condiciones de vida en de amplios segmentos de la población en pobreza y extrema pobreza.

Friedrich Engels. 1840
 
Conclusión
 
En 1844 Marx definió al Estado como la «organización de la sociedad», en tanto que la administración pública es la «actividad organizadora del Estado» (Marx, 1980: 257). El reflejo de esa actividad se manifiesta en la atención, de los males y dolencias sociales. Señalaba que más allá lamentarse en las insuficiencias de la acción administrativa y de plantearse reformas que dieran vialidad a soluciones temporales de tales dolencias, el interés habría de ser puesto en la esencia del mismo Estado y su papel ante una sociedad marcada por la contradicción, la que a su vez está presente en la existencia del Estado. La solución a las dolencias sociales se encuentra en el cambio de las condiciones de vida de la población, buscando erradicar el pauperismo y haciendo posible la transformación del sistema capitalista.
 
Las condiciones de la vida social han cambiado en el siglo XXI. Pero las contradicciones y la desigualdad siguen presentes. El sistema capitalista ha evolucionado, pero su esencia se mantiene.
 
Las crisis recurrentes, la pobreza recrudecida por la desigualdad y las crisis, y los conflictos en el ámbito político resultado del fracaso de los principios e instituciones democráticos, han resquebrajado el modelo neoliberal. En este contexto, se demanda otra redefinición de Estado capaz de atender las demandas de un mundo globalizado y de una realidad inmediata concreta y contradictoria.
 
En un ambiente globalizado y regionalizado han cobrado relevancia las empresas y bancos transnacionales, actuando de manera preminente en la reproducción y acumulación de capital, en la definición de la dinámica de los mercados internacionales e, incluso en las políticas que emprenden los gobiernos nacionales en su incorporación participación en el concierto mundial. Esto conlleva, siguiendo a Jessop (2008: 263-264) a un reposicionamiento del Estado nacional, participando políticamente y con sus políticas de gobierno en la reestructuración de la estrategia del desarrollo del país respectivo, del marco institucional que le permita participar competitivamente en el mercado internacional; incluso, en este proceso el Estado y la administración pública redefinen su perfil, pasando de ser un Estado activo como empresario, dirigista y de bienestar a una institución de carácter posnacional, internacionalizado y localizado regionalmente en el mundo.
 
El modo de producción capitalista se define por la contradicción social, entre poseedores y no poseedores. Estas contradicciones lo someten a tensiones e inestabilidad permanentes: «Las tensiones y contradicciones presentes en la configuración político-económica capitalista propician como un resultado siempre posible la quiebra estructural y la crisis social del sistema.» (Streeck, 2017: 16) En estas condiciones, el Estado y las instancias gubernamentales intervienen para administrar los conflictos sociales de clase, y procurar la estabilidad económica y social.
 
Como estrategia de desarrollo seguida en los últimos 40 años, el neoliberalismo «…no ha sido muy efectiva a la hora de revitalizar la acumulación global de capital, pero ha logrado de manera muy satisfactoria restaurar o, en algunos casos (como en Rusia o en China), crear el poder de una elite económica.» (Harvey, 2007: 26) Sus resultados registran una alta concentración de la riqueza en pocas manos, en detrimento del grueso de la población que se han empobrecido agudamente y un deterioro del medio ambiente cuyos recursos han sido explotados indiscriminadamente. Como consecuencia, esto ha llevado, como lo expresó Chomsky, a que:
 «La gente se percibe menos representada y lleva una vida precaria con trabajos cada vez peores. El resultado es una mezcla de enfado, miedo y escapismo. Ya no se confía ni en los mismos hechos. (…) La desilusión con las estructuras institucionales ha conducido a un punto donde la gente ya no cree en los hechos. Si no confías en nadie, por qué tienes que confiar en los hechos. Si nadie hace nada por mí, por qué he de creer en nadie. El neoliberalismo existe, pero solo para los pobres. El mercado libre es para ellos, no para nosotros. Esa es la historia del capitalismo. Las grandes corporaciones han emprendido la lucha de clases, son auténticos marxistas, pero con los valores invertidos. Los principios del libre mercado son estupendos para aplicárselos a los pobres, pero a los muy ricos se los protege.» (Martínez Ahrens, EL PAÍS: 2018/03/06)

El futuro que ofrece el capitalismo es incierto e inseguro. Lo cierto es que las crisis y los ajustes que se implementan para controlarlas y reactivar el ciclo económico buscan establecer nuevos derroteros para concretar y acrecentar la ganancia de la clase dominante, sin preocupación por el resto de la población. Se está en la disyuntiva de considerar, como dice Holloway (2011: 277), que «La dialéctica es abierta, negativa, llena de peligros. La hora es oscura, pero puede estar precediendo a otra más oscura aún, y el amanecer puede no llegar nunca.» O bien, por el otro lado, creer que se puede cambiar para mejorar el mundo mediante un pensamiento y acción de tradición humanista, distintos a los del humanismo liberal burgués. Un humanismo que:
«Rechaza la idea de que haya una «esencia» inamovible o predeterminada de lo que significa ser humano y nos obliga a pensar en profundidad sobre cómo convertirnos en un nuevo tipo de ser humano. Unifica el Marx de El capital con el de los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844 y dispara al corazón de las contradicciones que cualquier programa humanista debe estar dispuesto a aceptar si quiere cambiar el mundo. Reconoce claramente que las perspectivas de un futuro feliz para la mayoría siempre se frustran por la inevitabilidad de ordenar la infelicidad de algunos otros. Una oligarquía financiera desposeída, que ya no puede disfrutar de sus almuerzos de caviar y champagne en sus yates amarrados en las Bahamas, se quejará sin duda de su destino y de la disminución de su fortuna en un mundo más igualitario. Como buenos humanistas liberales podemos incluso sentirlo un poco por ellos. Los humanistas revolucionarios se endurecen contra esa forma de pensar. Aunque podamos no aprobar este método implacable de tratar tales contradicciones, tenemos que reconocer la honradez fundamental y la concienciación de sus practicantes.» (Harvey, 2014: 277-278)

Referencias
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Harvey, David. 2007. Breve historia del Neoliberalismo. Madrid: Ediciones Akal, S. A.
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