jueves, 20 de agosto de 2020

Trotsky: La Revolución Permanente


Hermosillo Sonora a 20 de Agosto de 2020.

Lev Davidovich Bronstein. León Trotsky. La tarde del 20 de agosto de 1940 sufrió el segundo atentado a su vida en la Ciudad de México. Falleció el día siguiente.

Después de Lenin, es considerado el segundo líder de la Revolución Rusa de 1917. Es el Brazo Armado de la Revolución. El organizador de la Revolución. El creador del Ejército Rojo. Es el fundador de la Cuarta Internacional.

Al morir Lenin en 1924, tras las purgas promovidas por Stalin, Trotsky se exilió en Turquía, en Barbizón, en Noruega y finalmente en México.

Fue un intelectual de primer nivel, desarrolló la Teoría de la Revolución Permanente. Su libro La Revolución Permanente se publicó en Alemania en 1930 en idioma ruso. Al año siguiente se tradujo al inglés, publicándose en Estados Unidos. Esta teoría fue formulada durante la Revolución Rusa de 1905.

El planteamiento de Trotsky considera el papel fundamental de la clase trabajadora como cabeza de la revolución socialista, la cual tiene un carácter internacional, es decir, que no debe limitarse a un solo país. Los referentes de esta teoría se encuentran en la corriente Jacobina de la Revolución francesa, las ideas de Marx y Engels, incluso en los socialistas anarquista Proudhon y Bakunin.

Los restos de León Trotsky los de su esposa Natalia Sedova reposan en su casa de Coyoacán, hoy Museo Trotsky.

Al conmemorarse 80 años de su muerte, se reproducen las tesis fundamentales de su obra La Revolución Permanente.



¿Qué es la Revolución Permanente?

(Tesis Fundamentales) 

1ª.– La teoría de la revolución permanente exige en la actualidad la mayor atención por parte de todo marxista, puesto que el rumbo de la lucha de clases y de la lucha ideológica ha venido a desplazar de un modo completo y definitivo la cuestión, sacándola de la esfera de los recuerdos de antiguas divergencias entre los marxistas rusos para hacerla versar sobre el carácter, el nexo interno y los métodos de la revolución internacional en general.

2ª.– Con respecto a los países de desarrollo burgués retrasado, y en particular de los coloniales y semicoloniales, la teoría de la revolución permanente significa que la resolución íntegra y efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación nacional tan sólo puede concebirse por medio de la dictadura del proletariado, empuñando éste el Poder como caudillo de la nación oprimida y, ante todo, de sus masas campesinas.

3ª.– El problema agrario, y con él el problema nacional, asignan a los campesinos, que constituyen la mayoría aplastante de la población de los países atrasados, un puesto excepcional en la revolución democrática. Sin la alianza del proletariado con los campesinos, los fines de la revolución democrática no sólo no pueden realizarse, sino que ni siquiera cabe plantearlos seriamente. Sin embargo, la alianza de estas dos clases no es factible más que luchando irreconciliablemente contra la influencia de la burguesía liberal-nacional.

4ª.– Sean las que fueren las primeras etapas episódicas de la revolución en los distintos países, la realización de la alianza revolucionaria del proletariado con las masas campesinas sólo es concebible bajo la dirección política de la vanguardia proletaria organizada en Partido Comunista. Esto significa, a su vez, que la revolución democrática sólo puede triunfar por medio de la dictadura del proletariado, apoyada en la alianza con los campesinos y encaminada en primer término a realizar objetivos de la revolución democrática.

5ª.– Enfocada en su sentido histórico, la consigna bolchevista: “dictadura democrática del proletariado y de los campesinos”, no quería expresar otra cosa que las relaciones caracterizadas más arriba, entre el proletariado, los campesinos y la burguesía liberal. Esto ha sido demostrado por la experiencia de Octubre. Pero la vieja fórmula de Lenin no resolvía de antemano cuáles serían las relaciones políticas recíprocas del proletariado y de los campesinos en el interior del bloque revolucionario. En otros términos, la fórmula se asignaba conscientemente, un cierto carácter algebraico, que debía ceder el sitio a unidades aritméticas más concretas en el proceso de la experiencia histórica. Sin embargo, esta última ha demostrado, y en condiciones que excluyen toda torcida interpretación, que, por grande que sea el papel revolucionario de los campesinos, no puede ser nunca autónomo ni, con mayor motivo, dirigente. El campesino sigue al obrero o al burgués. Esto significa que la “dictadura democrática del proletariado y de los campesinos” sólo es concebible como dictadura del proletariado arrastrando tras de sí a las masas campesinas.

6ª.– La dictadura democrática del proletariado y de los campesinos, en calidad de régimen distinto por su contenido de clase a la dictadura del proletariado, sólo sería realizable en el caso de que fuera posible un partido revolucionario independiente que encarnara los intereses de la democracia campesina y pequeño-burguesa en general, un partido capaz, con el apoyo del proletariado, de adueñarse del Poder y de implantar desde él su programa revolucionario. Como lo atestigua la experiencia de toda la historia contemporánea, y sobre todo, la de Rusia durante el último cuarto de siglo, constituye un obstáculo invencible en el camino de la creación de un partido campesino la ausencia de independencia económica y política de la pequeña burguesía y su profunda diferenciación interna, como consecuencia de la cual las capas superiores de la pequeña burguesía (de los campesinos) en todos los casos decisivos, sobre todo en la guerra y la revolución, van con la gran burguesía, y los inferiores, con el proletariado, obligando con ello al sector intermedio a elegir entre los polos extremos. Entre el kerenskismo y el Poder bolchevista, entre el Kuomintang y la dictadura del proletariado, no cabe ni puede caber posibilidad intermedia, es decir, una dictadura democrática de los obreros y campesinos.

7ª.– La tendencia de la Internacional Comunista a imponer actualmente a los pueblos orientales la consigna de la dictadura democrática del proletariado y de los campesinos, superada definitivamente desde hace tiempo por la historia, no puede tener más que un carácter reaccionario. Por cuanto esta consigna se opone a la dictadura del proletariado, políticamente contribuye a la disolución de este último en las masas pequeño-burguesas y crea de este modo las condiciones más favorables para la hegemonía de la burguesía nacional, y por consiguiente, para el fracaso de la revolución democrática. La incorporación de esta consigna al Programa de la Internacional Comunista representa ya de suyo una traición directa contra el marxismo y las tradiciones bolchevistas de Octubre.

8ª.– La dictadura del proletariado, que sube al Poder en calidad de caudillo de la revolución democrática, se encuentra inevitable y repentinamente, al triunfar, ante objetivos relacionados con profundas transformaciones del derecho de propiedad burguesa. La revolución democrática se transforma directamente en socialista, convirtiéndose con ello en permanente.

9ª.– La conquista del Poder por el proletariado no significa el coronamiento de la revolución, sino simplemente su iniciación. La edificación socialista sólo se concibe sobre la base de la lucha de clases en el terreno nacional e internacional. En las condiciones de predominio decisivo del régimen capitalista en la palestra mundial, esta lucha tiene que conducir inevitablemente a explosiones de guerra interna, es decir, civil, y exterior, revolucionaria. En esto consiste el carácter permanente de la revolución socialista como tal, independientemente del hecho de que se trate de un país atrasado, que haya realizado ayer todavía su transformación democrática, o de un viejo país capitalista que haya pasado por una larga época de democracia y parlamentarismo.

10ª.– El triunfo de la revolución socialista es inconcebible dentro de las fronteras nacionales de un país. Una de las causas fundamentales de la crisis de la sociedad burguesa consiste en que las fuerzas productivas creadas por ella no pueden conciliarse ya con los límites del Estado, nacional. De aquí se originan las guerras imperialistas, de una parte, y la utopía burguesa de los Estados Unidos de Europa, de otra. La revolución socialista empieza en la palestra nacional, se desarrolla en la internacional y llega a su término y remate en la mundial. Por lo tanto, la revolución socialista se convierte en permanente en un sentido nuevo y más amplio de la palabra: en el sentido de que sólo se consuma con la victoria definitiva de la nueva sociedad en todo el planeta.

11ª.– El esquema de desarrollo de la revolución mundial, tal como queda trazado, elimina el problema de la distinción entre países “maduros” y “no maduros” para el socialismo, en el sentido de la clasificación muerta y pedante que establece el actual programa de la Internacional Comunista. El capitalismo, al crear un mercado mundial, una división mundial del trabajo y fuerzas productivas mundiales, se encarga por sí solo de preparar la economía mundial en su conjunto para la transformación socialista.

Este proceso de transformación se realizará con distinto ritmo según los distintos países. En determinadas condiciones, los países atrasados pueden llegar a la dictadura del proletariado antes que los avanzados, pero más tarde que ellos al socialismo.

Un país colonial o semicolonial, cuyo proletariado resulte aun insuficientemente preparado para agrupar en torno suyo a los campesinos y conquistar el Poder, se halla por ello mismo imposibilitado para llevar hasta el fin la revolución democrática. Por el contrario, en un país cuyo proletariado haya llegado al Poder como resultado de la revolución democrática, el destino ulterior de la dictadura y del socialismo dependerá, en último término, no tanto de las fuerzas productivas nacionales como del desarrollo de la revolución socialista internacional.

12ª.– La teoría del socialismo en un solo país, que ha surgido como consecuencia de la reacción contra el movimiento de Octubre, es la única teoría que se opone de un modo consecuente y definitivo a la de la revolución permanente.

La tentativa de los epígonos, compelidos por los golpes de la crítica, de limitar a Rusia la aplicación de la teoría del socialismo en un solo país en vista de las peculiaridades (extensión y riquezas naturales) de esta nación, no mejora, sino que empeora las cosas. La ruptura con la posición internacional conduce siempre, inevitablemente, al mesianismo nacional, esto es, al reconocimiento de ventajas y cualidades inherentes al propio país, susceptibles de permitir a éste desempeñar un papel inasequible a los demás.

La división mundial del trabajo, la subordinación de la industria soviética a la técnica extranjera, la dependencia de las fuerzas productivas de los países avanzados de Europa respecto a las materias primas asiáticas, etc., etc., hacen imposible la edificación de una sociedad socialista independiente en ningún país del mundo.

13ª.– La teoría de Stalin-Bujarin no sólo opone mecánicamente, contra toda la experiencia de las revoluciones rusas, la revolución democrática a la socialista, sino que divorcia la revolución nacional de la internacional.

A las revoluciones de los países atrasados les asigna como fin la instauración de un régimen irrealizable de dictadura democrática que contrapone a la dictadura del proletariado. Con ello introduce ilusiones y ficciones en la política, paraliza la lucha del proletariado por el Poder en Oriente y retrasa la victoria de las revoluciones coloniales.

Desde el punto de vista de la teoría de los epígonos, el hecho de que el proletariado conquiste el Poder implica el triunfo de la Revolución (“en sus nueve décimas partes”, según la fórmula de Stalin) y la iniciación de la época de las reformas nacionales. La teoría de la evolución del kulak hacia el socialismo[1] y de la “neutralización” de la burguesía mundial, son, por este motivo, inseparables de la teoría del socialismo en un solo país. Estas teorías aparecen juntas y juntas caen.

La teoría del nacional-socialismo reduce a la Internacional Comunista a la categoría de instrumento auxiliar para la lucha contra la intervención militar. La política actual de la Internacional Comunista, su régimen y la selección del personal directivo de la misma responden plenamente a esta reducción de la Internacional al papel de destacamento auxiliar, no destinado a la resolución de objetivos independientes.

14ª.– El programa de la Internacional Comunista, elaborado por Bujarin, es ecléctico hasta la médula. Dicho programa representa una tentativa estéril para conciliar la teoría del socialismo en un solo país con el internacionalismo marxista, el cual, por su parte, es inseparable del carácter permanente de la revolución internacional. La lucha de la oposición comunista de izquierda por una política justa y un régimen saludable en la Internacional Comunista está íntimamente ligada a la lucha por el programa marxista. La cuestión del programa es, a su vez, inseparable de la cuestión de las dos teorías opuestas: la de la revolución permanente y la del socialismo en un solo país. Desde hace mucho tiempo, el problema de la revolución permanente ha rebasado las divergencias episódicas, completamente superadas por la historia, entre Lenin y Trotsky. La lucha está entablada entre las ideas fundamentales de Marx y Lenin de una parte, y el eclecticismo de los centristas, de otra.

Constantinopla, 30 de noviembre de 1929.




[1] En el periodo de florecimiento de la política derechista sostenida por el bloque del centro y de la derecha, Bujarin, teorizante de dicho bloque, lanzaba a los campesinos la consigna “¡enriqueceos!”, y entendía que, en las condiciones creadas por la economía soviética, el kulak, en vez de evolucionar hacia el capitalismo, evolucionaba “pacíficamente” hacia el socialismo. Esta fue la política oficial del Partido desde 1924 hasta principios de 1928, cuando el kulak, al declarar la «huelga del trigo», hizo ver a los dirigentes del Partido que continuaba la lucha de clases en el campo.



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