Hermosillo, Sonora a 7 de noviembre de 2017.
Proemio
El subdesarrollo y la pobreza son
rasgos presentes en la vida cotidiana de los países de América Latina. Son
fenómenos estructurales cuyas manifestaciones lacerantes se hacen presentes
cotidianamente en los hogares y centros de trabajo de la población.
La pobreza mata, a ella se asocian
graves problemas de desnutrición, condiciones de vida insalubres, faltantes de
servicios públicos, déficits en educación y salud, afectaciones al medio
ambiente, que, en general, acusan la presencia de amplios sectores de la
población que viven en condiciones de pobreza y pobreza extrema.
El estudioso alemán Alberto Hirschman
(1915-2012), reconocido analista del desarrollo latinoamericano, consideraba
las condiciones de los países latinoamericanos como apremiantes; de igual
manera, asumió que las respuestas a esta situación no se limitan sólo al ámbito
de la economía; para Hirschman, el análisis de esta realidad implica trascender
fronteras disciplinarias y buscar una perspectiva integral de estos fenómenos.
Hirschman sostenía que en la búsqueda
de una mejor calidad de vida de la población no solo debe examinarse «…el crecimiento
económico sobre el bienestar individual, sino también su contribución al
mantenimiento y reforzamiento de una sociedad democrática libre» (Hirschman,
1996: 96-97), incluso, el crecimiento económico tendrá que vincularse a los
avances sociales y en el ámbito ecológico.
Desencuentros
con el Neoliberalismo
Desde la década de los setenta se
introdujeron las políticas neoliberales en la estrategia de desarrollo de los
países del continente. Impulsadas por los gobiernos de Margaret Thatcher en
Reino Unido y de Ronald Reagan en Estados Unidos, se convirtieron en las
recetas más recurrentes con las que se prometió dar una orientación “realista”
al desarrollo de la región; las políticas macroeconómicas recomendadas se
centraron en la preminencia del mercado sobre el papel del Estado como
responsable de dar dirección al desarrollo nacional, a ello se sumó la
eliminación restricciones y regulaciones al comercio internacional de manera
que la globalización y regionalización de los mercados se convirtieran en el
nuevo escenario del avance del capitalismo.
Sin embargo, estas medidas han tenido
magros resultados. De acuerdo con Stiglitz (2003), el Consenso de Washington se
centró en asuntos económicos y no puso atención a temas tan relevantes como la
pobreza, la cual se vio agravada durante este periodo con las medidas
impulsadas por dicho Consenso.
Hirschman reconocía que la interacción
entre los procesos económicos y aquellos de orden social es la tarea principal
que se tiene que atender, puesto que a medida que la sociedad «…crea nueva riqueza, genera también
problemas de creciente desigualdad y declinación regional o sectorial que a
menudo son injustos o se resienten como tales…» (Hirschman,
1996: 257), y más cuando la atención solo se presta a las políticas
macroeconómicas, en detrimento de los demás aspectos de la vida social.
A ello se suma el “desencuentro”, como
lo define Hirschman, entre quienes promovieron las prescripciones del Consenso
de Washington y los países latinoamericanos, el cual se reflejó en prédicas
impuestas cuya práctica tuvo resultados contraproducentes. En este sentido, apuntó
Hirschman: «…todos los
grandes deudores latinoamericanos han debido experimentar la dolorosa
contracción del periodo reciente, esto se debió precisamente a la operación
irrestricta del libre mercado internacional de fondos prestables en los años
anteriores a la crisis de la deuda de 1982.» (Hirschman,
1996: 217)
Cooperación
y diálogo
El diálogo como
forma de solución de problemas y de búsqueda de mejores condiciones de vida
está latente en el discurso de Albert O. Hirschman. Reconoce que el ser humano
tiene como fin encontrar la felicidad y el bienestar y que para ello recurre a
acciones que van desde las de naturaleza más privada a aquellas en donde el
sentido de lo público dicta las pautas de comportamiento.
Por su
experiencia en diversos países del continente, Hirschman colocó en un lugar
especial a la cooperación para el
desarrollo como un factor fundamental para resolver muchos de los problemas
que cotidianamente aquejan a su población. Advierte que uno de las
consecuencias positivas de esta dinámica social organizada se manifiesta en lo
que llama las secuencias invertidas del
desarrollo; éstas se refieren a «…ciertos pasos adelante, que en general se
consideran tan indispensables como los primeros pasos de alguna secuencia de
desarrollo pueden, en cambio, ser considerados como segundos o terceros pasos.
De requisitos y claves para cualquier progreso, estos pasos quedan reducidos a efectos, provocados por otros pasos que,
según resulta, pueden poner las cosas en marcha.» (Hirschman, 1986: 13)
A manera de ejemplo, reconoce que, de
manera palpable se puede tomar a la educación como un elemento de secuencia de
desarrollo invertido (Hirschman,
1986: 20-23), ya que de manera incuestionable se concibe que la educación opera
como propulsor del desarrollo, es una causa que produce muy variadas
consecuencias positivas, como la generación de capacidades para el trabajo
colaborativo; pero, también, en otro momento, cuando el trabajo colaborativo
entra en acción, se puede advertir que la educación podría ser la consecuencia
del desarrollo, precisamente del trabajo colectivo como el que se fomenta en
las cooperativas estudiadas por Hirschman, donde se propicia la solidaridad, el
espíritu de cuerpo y el sentido del bienestar colectivo.
De las experiencias del cooperativismo
latinoamericano Hirschman reconoce diversas secuencias
notables a favor de la participación y la colaboración para el desarrollo.
Entre ellas se pueden apreciar la transferencia de habilidades, conocimientos y
valores; el fomento del espíritu de empresa que ocurre entre los
cooperativistas; diversas formas de solidaridad, incluso la amistad; la
vinculación con otros proyectos y organismos comprometidos con el interés
público; servir como ejemplo para la multiplicación de otras experiencias; la suma
de esfuerzos para la generación de bienes colectivos que tienen consecuencias
privadas en cuanto al bienestar de las personas y familias involucradas y
consecuencias públicas expresadas en el desarrollo de la comunidad; entre otros
muchos beneficios. Los efectos más más allá de la dimensión económica del
desarrollo, se verifican en la vida social, política, ética, religiosa y en la
relación que los involucrados tienen con su entorno.
En el lenguaje de Hirschman, se puede
afirmar que del trabajo colaborativo pueden resultar efectos directos e
indirectos hacia atrás y hacia adelante en la relación insumo-producto, pero
también se producen efectos laterales en las personas y familias participantes,
en el contexto empresarial, en el ámbito de la economía de la región y, en
general, en su autoestima y en el reconocimiento social que llega a darse. En
este caso las “economías de escala” se multiplican y operan positivamente sobre
el desarrollo social.
Conclusión
Las experiencias latinoamericanas que
vivió sirvieron a Hirschman como argumentos convincentes para refutar lo que
denominó el complejo al fracaso o
fracasomanía. Dicho fenómeno, consideraba, se debe a la tendencia de los
latinoamericanos por considerar que muchos de los programas sociales, por naturaleza,
están destinados al fracaso, actitud que en buena medida es origen de la
reproducción de otros fracasos reales. Como resultado del análisis que
Hirschman hizo de los éxitos del cooperativismo surgió la propuesta del Principio de conservación y transformación de la energía social, fundamental como argumento contra el
complejo de fracaso. Al respecto, apuntó:
«Si no se perciben las
manifestaciones del principio, parecería que un movimiento social que no logra
su objetivo predeterminado —como el movimiento de reforma agraria en Colombia—
constituye un fracaso absoluto. Pero hay que modificar este juicio, al menos
parcialmente, después de comprender que las energías sociales generadas en el
curso de dicho movimiento no desaparecieron, aunque el movimiento en sí se
desvaneciera. Estas energías se mantuvieron, como si estuvieran almacenadas por
un tiempo, y quedaron disponibles para servir de aliciente a otros movimientos,
quizá muy diferentes. Por lo tanto, en términos reales debe considerarse que el
movimiento original fue el causante de los progresos o éxitos obtenidos por los
movimientos posteriores: no se puede seguir considerándolo un fracaso total.»
(Hirschman, 2007: 20)
Estas
reflexiones brindan la posibilidad de comprender caminos alternativos a los del
modelo de desarrollo seguido en las últimas décadas. La participación y
colaboración en colectivo rinden frutos considerables y edificantes. Sus
efectos son tangibles e intangibles.
Como
lo apunta Cipriano Sánchez García, «La grandeza
del hombre se revela en su capacidad de transmitirle a las generaciones futuras
los beneficios de su actuar conjuntamente. Cada generación se sostiene sobre
los cimientos espirituales de la participación solidaria.» (Sánchez García,
2016: 85) De esta manera se fomentan estrategias que sirven a la sociedad para
producir los bienes y servicios para su reproducción material, al tiempo que
estas acciones generan confianza, responsabilidad y solidaridad.
Referencias
Hirschman,
Albert O. 1986. El avance en
colectividad. Experimentos populares en la América Latina. Sección de Obras
de Economía. Cd. de México: Fondo de Cultura Económica.
Hirschman,
Albert O. 2007. “El principio de transformación y conservación de la energía
social”. Economía y Desarrollo.
Agosto 2007, vol. 6, n° 1. Bogotá: Universidad Autónoma de Colombia. Pp. 13-21.
Hirschman,
Albert O. 1996. Tendencias
autosubversivas. Ensayos. Sección de Obras de Economía contemporánea. Cd.
de México: Fondo de Cultura Económica.
Sánchez García, Cipriano. 2016. Construcción de comunidad en tiempos
posmodernos. Dos polacos en diálogo: Zigmunt Bauman y Karol Wojtyla. Cd. de
México: Siglo veintiuno editores.
Stiglitz, Joseph E. 2003. “El
rumbo de las reformas. Hacia una nueva agenda para América Latina”. Revista de la CEPAL, agosto, 2003.
Santiago de Chile: Naciones Unidas. Pp. 7-40.
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